Conocí a José Antonio a través de Federico Correa, en la época en que Lluís Clotet y yo fuimos a trabajar en su estudio. En aquel momento, evidentemente, la referencia era José Antonio Coderch. La admiración por Coderch no era compartida por todo el mundo, aunque para algunos fuera el referente absoluto. No recuerdo el día exacto en que lo conocí, pero sí las circunstancias. Fue en el despacho de Federico Correa, donde hacíamos algunos interiores de las obras de José Antonio, algún chalet y el hotel de Mallorca. Conocerlo era enamorarte de él. Era un hombre guapo, un personaje con un atractivo convincente. Pudimos conocerlo mejor durante la celebración de un workshop de estudiantes de arquitectura en Delft, con la presencia de grandes figuras: Aldous van Eyck, Bakema, Giancarlo de Carlo y José Antonio Coderch. De la Escuela de Arquitectura de Barcelona fuimos tres estudiantes: Cristian Cirici, Pep Bonet y yo. Estuvimos una semana conviviendo en este foro y conocimos a José Antonio un poco mejor. En ese momento él estaba construyendo la casa de la calle Johann Sebastian Bach. Era un referente, yo recuerdo a personas que querían vivir en esas viviendas, no solamente Alfonso Milà sino Jacinto Esteva, cazador, director de cine, arquitecto diletante y personaje apasionante. Decía «mi sensibilidad no me permite vivir en otra casa». José Antonio incluso imponía un constructor y un carpintero buenísimos en sus obras. Cuando Clotet y yo empezamos a hacer algún proyecto nosotros solos, como la reforma del estudio de fotografía de Maspons y Ubiña, la hicimos con este constructor. Era gente muy experimentada, con la cual aprendimos mucho.
Estuve algunas veces en Espolla con él. Visité su estudio en repetidas ocasiones, también estuve en alguna obra, y juntos fuimos a la casa Ugalde, que ahora es de Fernando Amat. Fue un descubrimiento total para mí. Yo debía tener unos diecinueve años cuando lo conocí. Me cambió totalmente. Aún ahora, a veces, Lluís Clotet y yo comentamos que las enseñanzas de Coderch, a través de Federico Correa, nos están condenando. Porque hoy en día pensar de esta manera no tiene ningún sentido, seguir sus enseñanzas hoy es absolutamente anacrónico. Actualmente, hay que hacer lo más espectacular y lo más vendible, al estilo Zaha Hadid. No lo más sencillo. Yo tengo muchas veces a Coderch en la cabeza cuando proyecto, y me pregunto qué haría él en esta situación.
José Antonio era una persona contradictoria, te decía: «No hay que ser autoritario», y lo decía gritando, con aquellos ojos. En este aspecto era una contradicción total, pero era también una persona sabia, culta, y muy suya que, a pesar de haber leído mucho, estaba en contra de las teorías de la arquitectura. Recuerdo una de sus frases: «Uno empieza a ir en bicicleta sin saber las leyes estáticas que lo sostienen. No se puede tener esta teoría para proyectar. Lo que hay que hacer es huir de la mierda y entonces se alcanza la excelencia».
Era un poco loco. Alfonso Milà y Federico Correa se asustaron mucho el día que él llegó al estudio y dijo: «Lo he pensado profundamente y creo que a mis hijos los debería matar ahora. Sí, porque veo que son absolutamente inocentes. Como son inocentes irán al cielo. Yo me condenaré, pero los quiero tanto que creo que compensa que yo me condene con que ellos vayan al cielo». Después de esto, lo llevaron a un psiquiatra, que incluso le sometió a algún electroshock, aunque bien pensado, creo que esta tentación es totalmente coherente si eres un profundo creyente.
Y él lo era, era muy creyente y lector fiel de la Biblia. Era un personaje irrepetible, de los que yo echo realmente de menos. Cuando estaba ya muy enfermo, fuimos un día a verlo a su estudio de la Plaza Calvó, y nos suelta «el otro día vino Trias Fargas y me preguntó si aceptaría la Creu de Sant Jordi». Al preguntarle qué había respondido nos contó «hombre, evidentemente le dije que si me la merecía, que se arriesgasen a que no la aceptase, y que si no la merecía que no me la diesen». ¡Qué pocos personajes harían una cosa así hoy! Creo que es el mejor arquitecto desde la guerra hasta hoy, con diferencia.
Su actitud no era ruda, pero sí agresiva. Hay una famosa anécdota que cuenta que un día estaba en el despacho y recibió unas notitas del arquitecto municipal, el famoso Bueno, corrupto como todos los de aquella época, con veinte razones por las cuales no aprobaba el proyecto. En ese tiempo los arquitectos municipales construían muchísimo, cosa que es totalmente incompatible. Y ese día que llegaron las objeciones, Coderch se plantó. «¿Qué se ha creído este tío? Voy a pegarle una hostia». Se fue, cogió su cochecito, aparcó en la plaza Sant Jaume y dijo que «quería hablar con el señor Bueno». Hizo una hora de cola, que era lo habitual, y cuando salió el señor Bueno y le saludó… ¡Paf! Coderch le pegó una hostia y se fue. Cuando volvió al despacho, le preguntaron «¿Qué has hecho?», y él dijo, «Lo que he dicho: pegarle una hostia».
Para entender la poca consideración que tenía hacia las teorías arquitectónicas, hay que ver cómo diseñaba. Un proyecto maravilloso como el de Torre Valentina, por el cual él dejó otra serie de proyectos, hubiera sido histórico, como proyecto turístico. Incluía un hotel central, en el que las plantas se conectaban con unas rampas. Un día dijo: «Esto de las rampas.., cuando lleven la comida a las habitaciones con el carrito… ¿Qué pasará? Que me preparen un té, y busquemos una cosita con ruedas aquí en el estudio». Trajeron una mesa con ruedas. «Vamos a la calle», dijo. La Plaza Calvó hace bastante pendiente, íbamos subiendo y bajando la calle con el té. Él no era de consultar un libro, él era de comprobar si el té volcaba o no. Proyectaba de esta manera, era absolutamente refrescante pensar así.
Aparte de los proyectos que seguíamos como observadores, como por ejemplo el de la calle Johann Sebastian Bach, había proyectos en los que colaborábamos. Desde luego el más importante fue el del hotel de Mallorca. Fue toda una historia solucionar la posibilidad de una tercera cama en la habitación. «Hay que poner una separación para la tercera cama», decía. «Hombre, José Antonio, es que si tres personas comparten habitación, la tercera cama es para un bebé, un niño pequeño o la abuelita… ¿cómo la vas a aislar?» «Nononono, pero la verán desnuda». Él pensaba sobre todo en su hija, de la que estaba comprensiblemente enamorado porque era preciosa. No hubo manera de convencerle. Al final quedó una cortina absurda para aislar la hipotética cama. De todas maneras, el proyecto de Mallorca fue interesante. Él estaba obsesionado en aislar las habitaciones, las decalaba para que el ruido no pasara. Por ejemplo, una de las razones de su odio por las persianas enrollables es que hacen mucho ruido. En vez de decir que componen muy mal, sobre todo cuando la abertura llega hasta el suelo, o que siempre quedan a media altura y se ve feo, lo que le molestaba era el ruido. Tenía unas manías totales y unos amores por ciertos materiales. Cuando le gustaba un material, siempre lo utilizaba. Acostumbraba a decir: «No hay buenos y malos materiales. Hay materiales bien utilizados y materiales mal utilizados. El cañizo, el gresite… todo se puede usar si lo haces bien». Estar cercano a su estudio y colaborar con él, enseñaba muchísimo. Seguíamos sus proyectos muy de cerca, como los edificios Trade y el drama de Torre Valentina, cuando el cliente se echó atrás.
Coderch llegó de profesor a la universidad en sustitución de Federico Correa, que, por razones políticas, fue expulsado. Terradas, el director de la Escuela en aquel momento, pensó que quien mejor podía sustituir a Federico Correa, que contaba con tanto prestigio, era su maestro. Me acuerdo muy bien del día en que llegó al despacho la noticia de que José Antonio había aceptado sustituir a Federico. Éste no se lo podía creer y lo telefoneó. José Antonio le dijo que lo había pensado muy bien y que, como Federico era un compañero de viaje de los comunistas, estaba dispuesto a sustituirlo.
Yo no sé si era un buen profesor para la universidad, pues hacía cosas tan extravagantes como llevarse una petaca llena de whisky y beber a media tarde delante de los alumnos. Pero como profesor particular era insustituible y decía cosas fantásticas, del tipo: «Donde hay hierro, yerro hay; esto me lo enseñó un ingeniero». Tenía bastante razón, cuando pones hierro en la arquitectura, hay que pensárselo muy bien. Si todos los modernistas hubieran hecho caso de esta máxima, no estaríamos restaurando el Palau y la Pedrera con tantísimos problemas.
Coderch fue hasta el final profundamente anticomunista, pero no diría que fuera franquista. Fue de los que ganaron la guerra, esto es evidente, y estaba orgulloso de haberla ganado. Pero se decepcionó muy pronto de la revolución nacional sindicalista. Al principio tuvo cargos, como el de arquitecto municipal de Sitges. Y esto, al principio, lo animó porque él pensaba que haría casas para los pobres, como la de la Barceloneta, a precios asequibles. Iba con esta mentalidad ingenua y en seguida se dio cuenta de que la burocracia franquista se lo comía. Él era un hombre absolutamente honesto, y vio que la revolución del Movimiento no conducía a lo que él pensaba. La prueba de esto es que Coderch prácticamente no tuvo ningún encargo del régimen, quizá alguno no muy importante los dos primeros años, pero después nunca más. Hizo la ampliación de la Escuela de Arquitectura por un encargo directo de Oriol Bohigas, que en aquel momento era director. Él no hablaba bien del régimen, en absoluto, hablaba muy mal de los políticos en general, y la historia le ha dado la razón. Pero sí, era absolutamente anticomunista y esto ahora se dice con la boca pequeña.
Podemos decir que su obra es de alta calidad pero de poca cantidad. Coderch podía hacer esperar a una familia cuatro años para hacerle el proyecto de un chalet, y pasado este tiempo decir «no me sale» y abandonar el proyecto. Él tenía sus fobias; una de esas era Francesc Mitjans, a quien yo considero un grandísimo arquitecto, pero un arquitecto que podía presentarse en casa del propietario de un solar y decirle «tiene un solar magnífico: ya le he hecho un boceto de lo que puede sacar de él». Y le conseguía arrancar el proyecto. Coderch era todo lo contrario. Y claro, entre un arquitecto que te hacía esperar cinco años y otro que te lo daba todo hecho, ganaba Mitjans, que se llevaba mucha obra. Coderch lo odiaba.
En el estudio tenía una lista de industriales con los cuales no volvería a trabajar. Cuando un industrial le hacía una jugada, lo apuntaba allí y decía «con este tío no volvemos a trabajar». Hay que entender que en aquel momento el arquitecto tenía cierto poder, podía decidir con qué industriales trabajaba. Hoy en día son los industriales los que pueden marginar al arquitecto.
Hace muchos años, todos los arquitectos relevantes catalanes, entre los que figuraba lógicamente Coderch, unidos hicieron un proyecto urbanístico para toda la Costa Catalana, en oposición al encargado oficialmente a Doxiadis. El día que presentamos el proyecto estábamos todos y Joan Bosch empezó a explicar la parte urbanística, de la que él se ocupaba. Y Coderch dijo: «Este Bosch, ¿no es de los Bosch de Girona?». Y Federico Correa, que estaba al lado, le respondió: «Sí sí, pero él es muy diferente; está peleado con su padre». «Ah, no, no; las familias son familias; nada, nada». Se levantó en medio de la reunión y nos abandonó diciendo «con los Bosch de Girona yo no voy a trabajar jamás». ¡Así era Coderch!
Creo que en Barcelona siempre ha habido entre los arquitectos una entente mucho más alta que en Madrid por ejemplo, o Nueva York. En Madrid los arquitectos siempre han luchado por obtener clientes, por ser directores de la Escuela, mientras que en Barcelona no había arquitecto que quisiera ser director de la Escuela ni a tiros. A pesar de esto, sí había facciones. Y Coderch era bastante único, contaba con seguidores y fans, pero tenía siempre un contacto conflictivo con algunos colegas. En aquella época, en Barcelona era impensable que una obra pública acabara en manos de un arquitecto de calidad. Por tanto, los arquitectos de calidad hacían un chalet, un interior, casas unifamiliares… Bohigas, por ejemplo, perseguía a los constructores para poder hacer un edificio entre medianeras, y José Antonio durante muchos años se dedicó a hacer chalets. Después pudo hacer el hotel de Mallorca y cosas de más envergadura.
A menudo pienso que la experiencia te permite afrontar problemas más grandes, pero no te permite mejorar. Un poeta puede ser buenísimo a los diecisiete años, como por ejemplo Rimbaud, pero a los diecisiete años es imposible escribir Guerra y Paz, una novela con veinte personajes. La experiencia y el conocimiento te permite afrontar temas de más entidad, pero la calidad es posible encontrarla en obras tempranas. La Casa Ugalde, por ejemplo, que es una obra muy primeriza de José Antonio Coderch, es maravillosa. La suerte es que el cliente era excepcional, porque Ugalde era ingeniero, y entre Ugalde y Coderch iban a la obra y destruían lo que no les acababa de gustar. Era inimaginable en otra situación. Ni presupuesto ni historias: «Nos hemos quedado cortos. Esto lo bajamos, y lo volvemos a hacer». Con este criterio de ensayo y error, no se pueden hacer obras de gran entidad como la manzana de las Cotxeres.
De pronto hace los edificios Trade todos de cristal. «He decidido que un edificio de más de cuatro plantas no puede ser de ladrillo, tiene que ser de vidrio». Me acuerdo de la radicalidad de estas decisiones. Los Trade, si estuvieran mejor construidos —Figueras fue el promotor y no estaba para hacer las cosas bien hechas—, es un proyecto que tiene su interés. Cuando vuelvo a visitar casas de Coderch al cabo de los años pienso que se aguantan maravillosamente bien. Hay muchas obras de Coderch que me gustan mucho, y casi te diría que no hay ninguna que no me guste. Coderch es muy constante, no tiene caídas. Es bueno siempre. Cuando me encargaron hacer un restaurante en el terreno de la Balsa —el restaurante se llamó La Balsa porque había una alberca del siglo xix que regaba toda la finca Güell— sabía que existía un proyecto de un chalet de Coderch que no se realizó. Y lo llamé para decirle que me habían propuesto este proyecto y que sabía que existía un proyecto suyo. Me respondió: «Bien hecho. Cualquier cabrón de estos, lo hubiera hecho sin decirme nada». Le expliqué que había pensado mantener la alberca, porque era una construcción tan bien hecha, con paredes de 60 centímetros de piedra y ladrillo, y que quería meter el restaurante dentro. «Si consigues desaguar puede funcionar, porque tienes que quedar por encima de la cota de la acera, si no el día que llueve mucho se puede inundar». Sus consejos eran siempre acertados. Fue una relación muy gratificante. Es de los personajes más importantes que he conocido en mi vida, y lo echo mucho de menos.
Este respeto por los compañeros, si alguna vez existió, se ha perdido. Un día llamé a un arquitecto de Madrid por un tema parecido y me soltó: «Vamos a ver. Cómo sois los catalanes: me llamas porque yo había hecho un proyecto previamente en este sitio. Lo que tienes que hacer es robármelo. Sí, sí. Haz lo que quieras».
En aquella época todos nos matábamos por tener una lámpara Coderch. Entonces la estaban haciendo sin su consentimiento; cuando se enteró le dio un ataque de ira y dijo que tenía que mejorarla. Pep Bonet se pasó no sé cuantos años en el estudio, intentando mejorar la lámpara Coderch, porque se tenía que aguantar solamente por las palas. Cuando se me rompió —como todas, porque la lámpara Coderch tiene un problema: hay un momento en que siempre hay una pala que se abre por la veta, porque está cortada en el otro sentido— y tuve que llevarla al desguace, le pedí a José Antonio que me firmara una pala. La dedicatoria, que ahora está ya prácticamente borrada, decía lo siguiente: «A pesar de los pesares, jugar limpio vale la pena. Con todo el afecto, José Antonio Coderch». Es muy suyo esto de jugar limpio, era su obsesión. Tenía un dibujo de la lámpara hecho por Picasso, bastante bonito. Él le regaló la lámpara a Picasso, y él se lo agradeció dibujándola en una postal y se la envió. «Imagínate un dibujo de Picasso, yo esto podría ponerlo en la publicidad. Imagínate lo que es para una lámpara que la haya dibujado Picasso, pero esto no es de señor. No puedo utilizar un dibujo particular que me ha enviado Picasso para hacer publicidad de la lámpara». Y yo por mis adentros pensaba que si Picasso hubiera razonado así, a lo largo de su vida… «Yo tengo la postal aquí pero jamás la utilizaré con fines comerciales, ni siquiera la he fotografiado». Era una especie de caballero quijotesco.
Creo que para un montón de arquitectos fue determinante, de la generación, la mía y la de Josep Llinàs, Elias Torres, etc. Seguramente había gente que pensaba que era un pedante, es verdad que era tremendamente individualista pero no estaba aislado de la cultura internacional, al fin y al cabo era miembro del Team 10, hablaba francés e inglés bastante bien y lo leía; no era un caballero castellano aislado que no se enteraba de lo que ocurría en el exterior, había proyectado el pabellón de España en la Triennale de Milano y conocía a todos los arquitectos italianos… era un personaje informado. No se guiaba por lo que decían las críticas. Tenía sus manías pero eran suyas, y esto me parece determinante para ser alguien.