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“Se puede ser un viejo verde y además un genio, como Nabokov” (lee aquí la entrevista para El País)

Fernando Higueras: Arquitecto riguroso y completo, artista inconmensurable2017

Descubrí al irrepetible personaje de Fernando Higueras, a mediados de los sesenta, en un Pequeño Congreso. Para los catalanes, formados en la disciplina de la racionalidad y discreción arquitectónica -la consabida arquitectura realista preocupada por las "entregas" y por grafiarlo todo con el 0,2 de rotring-, las intervenciones de Fernando en aquellos añorados Pequeños Congresos que reunían a los más prestigiosos arquitectos peninsulares constituían happenings alucinantes. Las palabras que acompañaban sus pases de diapositivas eran de lo menos pretencioso, de lo más prosaico: “Aquí van las cocinas y aquí, zas, zas, pongo las salas de estar y las doblo simétricamente aquí, y así me ahorro trabajo. Es la ventaja de trabajar con simetrías radiales...” Y de pronto aparecía la Corona de espinas en el maravilloso dibujo -inacabado como la propia obra- de Antoñito López, “el más grande pintor del siglo”, afirmaba contundente Fernando. Desde su absoluta e irónica perplejidad ante nuestra pretenciosa aproximación al estructuralismo -llegamos a invitar a Peter Eisenman en pleno sarampión chomskiano y se nos pasó por la cabeza hacerlo con Jacques Derrida- hasta sus brillantes interpretaciones a la guitarra tras la cena, todo nos desconcertaba y, a pesar del rechazo que provocaba entre los gurús de la Escala de Barcelona, a algunos -Emili Donato, Ricardo Bofill, yo mismo... - nos fascinaba.

Fernando Higueras me sigue pareciendo uno de los arquitectos españoles más brillantes del pasado siglo. Me lo sigue pareciendo a mí y, vista la escasa repercusión de su temprana y súbita desaparición, me temo que a pocos otros arquitectos, aunque preveo que está muy próxima su reivindicación y que esta exposición contribuirá decisivamente a ella. Fernando siempre fue un personaje tremendamente polémico, pero en su juventud vivió un periodo dorado de fama y reconocimiento universal. Fueron los años en que se le invitaba a los más prestigiosos concursos, se publicaban magníficos libros fotográficos en Japón sobre su obra y estuvo a punto de ganar el Premio Pritzker. Sin embargo, fue pasando el tiempo y, por razones varias, entre las que cabe destacar la frivolidad y volatilidad de la moda arquitectónica contemporánea, se le fue relegando al papel de personaje pintoresco, entrañable pero excesivo y conflictivo, un artista de fugaz brillantez. Por su talento, por la deslumbrante belleza de sus obras de juventud, por su fulgurante ascenso y por su desmesurada vida de exceso y despilfarro me recuerda a Scott Fitzgerald.

Entre los pocos arquitectos catalanes que continuaban valorándolo como se merecía me gusta recordar a dos grandes, en apariencia muy distantes pero que, a mí, que los he conocido bien, no me lo parecen tanto. Uno, que ya he nombrado, es Ricardo Bofill, que conoció a Fernando de muy joven y siempre ha mantenido una gran admiración por el desbordante talento del arquitecto madrileño. En un congreso, hace unos años, llegó a afirmar que Fernando era el talento más desperdiciado de la arquitectura española. El otro admirador era el desgraciadamente desaparecido Enric Miralles. Para mi sorpresa, en la ocasión en que me atreví a valorar en su presencia el genio de Fernando -convencido de que este comentario sería considerado una anticuada y nostálgica boutade típica de mi carácter-, Enric afirmó que me quedaba corto y pasó a analizar con entusiasmo varias obras fernandinas sobre las que demostró un profundo conocimiento.

 

Pues bien, como he escrito más arriba, a mí también, Fernando me continúa pareciendo uno de los más brillantes arquitectos españoles y, probablemente, el más completo del mundo. Completo porque resolvió, con enorme talento y originalidad, multitud de programas arquitectónicos. Sus viviendas unifamiliares fueron desde el principio extraordinarias; el conjunto de viviendas económicas de Hortaleza, original por lo razonable; la manzana de viviendas de alto presupuesto en Madrid, espectacular; el hotel de Lanzarote, el mejor ejemplo de arquitectura turística de nuestro país y quizá del mundo; las propuestas urbanísticas para la misma isla, visionarias; el concurso de Montecarlo, deslumbrante... Hoy, la casi totalidad de arquitectos de renombre se concentra en programas de lucimiento -museos, auditorios, rascacielos de oficinas... -y abandona la mayoría de programas arquitectónicos conflictivos: el primero, la vivienda colectiva de bajo presupuesto. Fernando los afrontó todos, y los afrontó con una creatividad apabullante.

Desde luego, tenía, como algunos de nosotros -los que nos formamos a la sombra de José Antonio Coderch o de Paco Sáenz de Oíza-, una concepción de la arquitectura hoy totalmente caduca. Esto se me hizo evidente cuando me comentó que la ampliación del Reina Sofía de Jean Nouvel era un "pestiño", porque el estruendo del tráfico de la vía vecina se reflejaba en la gratuita y enorme marquesina e invadía el patio haciéndolo inhabitable. Mientras en el patio jardín del antiguo hospital todo era silenciosa calma, en el desabrido de la ampliación a nadie le apetecía permanecer ni un minuto. Que la crítica de un edificio se refiriese a aspectos, como el confort acústico, que no pueden aparecer en las fotos -fotos que son los únicos elementos de juicio por los que se valoran y se premian hoy las obras de arquitectura-, me produjo una sensación proustiana. Hacía años que no escuchaba un razonamiento de este calado. Definitivamente, Fernando, reconozco que también yo, éramos reliquias de una obsoleta moral arquitectónica.

Solo el difícil y escandaloso carácter de este enorme artista puede explicar

el ostracismo en el que vivió durante los últimos años de su vida. Vida, es cierto, consumida con excesiva intensidad. Pero Fernando fue así, excesivo en todo, en su talento como arquitecto -pero también como dibujante, pintor y guitarrista-, en sus amistades y enemistades, en sus filias y sus fobias, en sus adicciones, en su amor por las mujeres... En todo.

En estos tiempos de mesura y corrección política, la desmesura y las "incorrecciones" de Fernando se echan mucho de menos.

Arquitecto por formación, diseñador por adaptación, pintor por vocación y escritor por deseo de ganar amigos, Oscar Tusquets Blanca es el prototipo del artista integral que la especialización del mundo moderno ha llevado progresivamente a la extinción.
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