Xavier Corberó
El alcalde de Barcelona, Pasqual Maragall -quizás influido porque el de Madrid, Enrique Tierno Galván, había inaugurado un importante monumento de Salvador Dalí en la capital mientras en Barcelona ni un pequeño pasaje homenajeaba al artista-, decidió acabar con aquella anomalía. Propuso que la vieja Plaça Nova tomase el nombre de Salvador Dalí y que estuviese presidida por un monumento proyectado por el propio homenajeado. Aunque el encargo le llegó demasiado tarde, Dalí tuvo la idea de que el amigo escultor Xavier Corberó levantase uno de sus conos afiladísimos, una altísima aguja de acero inoxidable que deslizase su sombra sobre la plaza y las fachadas situadas a norte. Una especie de enorme reloj de sol. Naturalmente Xavier se mostró bien dispuesto y, al igual que Salvador, propuso que yo participase como arquitecto. Como yo sabía que bajo la plaza de la Catedral se preveía un parking subterráneo y que una de las salidas debería situarse cerca de la Plaça Nova, propuse que la aguja de Corberó no naciese del nivel de la plaza sino del cráter que contendría la escalera helicoidal que habilitase dicha salida. Así adquiriría una misteriosa monumentalidad.
El proyecto del monumento se bloqueó nada más llegar a oídos de Oriol Bohigas.