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Figueres. Girona
Pedro Aldámiz
Mireia Riera
En la época en que Dalí estaba trabajando en las obras de su museo, un día, mirando la reproducción del cuadro de rostro de Mae West se me ocurrió que podía ser interesante construir un espacio real que visto desde un determinado punto reprodujese el cuadro daliniano que, a su vez, representa un espacio virtual. Así se lo expliqué al Maestro en la primera oportunidad. A Dalí le encantó la idea y sin más dilación me ordenó:
-Esto será colosssaaal, Tusquets. Ponte a proyectarlo de inmediato.
Muy pronto me di cuenta del problema fundamental que se me presentaba. En la pintura el punto de vista está muy alto, entre los dos ojos, y se ve una enormidad de pavimento. Para reproducir esta geometría en la poca profundidad de la que disponía, como no quería disminuir el tamaño de los objetos, debía inclinar fuertemente el pavimento levantándolo por la parte más alejada; así acentuaría la sensación de profundidad, como en el escenario del Teatro Olimpico de Palladio en Vicenza. Pero, como queríamos que los visitantes pudiesen circular cómodamente por la sala, inclinar la tarima no me convencía en absoluto. Entonces pensé que podía obtener el mismo efecto elevando el punto de vista, haciendo subir al espectador a un mirador y obligándole a mirar hacia abajo. Esto significaba inclinar hacia atrás lo que en perspectiva cónica se conoce como el plano del cuadro, o sea que no inclinaría el pavimento sino que inclinaría la pared del fondo. Además, cuando penetrase en la sala por el lateral todo me parecería distorsionado y misterioso, hasta que alcanzase el punto de vista clave no vería el rostro claramente.
Dalí colaboró entusiasmado en la realización del proyecto.
Los labios nos ocuparon particularmente y dieron lugar al Dalilips que se explica en el apartado de design.
Con el fotógrafo Oriol Maspons ampliamos las vistas de París que representaban los ojos. Como las sacamos de una pequeña reproducción, las tuvimos que ampliar muchísimo, y quedaron con una trama muy grosera; cuando se las enseñamos, algo apesadumbrados, Salvador, haciendo gala de su habilidad para hacer de la necesidad virtud y sacar provecho de los accidentes, se puso contentísimo y exclamó:
-No os preocupéis, son fantásticas, parecen pinturas puntillistas, voy a acabarlas a mano como si fuese un Seurat
Los labios nos ocuparon particularmente y dieron lugar al “Dalilips” que se explica en el apartado de design.