José Antonio Acebillo me expresó el deseo del IMPU de dejar un recuerdo conmemorativo en las zonas remodeladas con motivo de los Juegos a través del diseño de una fuente para beber.

De entrada expresé mi opinión de que la repetición estandarizada y el monumento – aunque pequeño – eran irreconciliables. Insistí en que debíamos proyectar ocho fuentes que, aun reconociéndose como parte de una familia, fueran distintas y pensadas para cada ubicación concreta.

Deseaba individualizar cada pieza mediante un elemento figurativo que la personalizase, la hiciese recordable, le pudiese dar título y con el tiempo, mote. Deposité la carga de este compromiso en el escultor amigo, y colaborador en otras ocasiones, Juan Bordes.

La tradición de pequeñas fuentes en las calles de Barcelona, en las placitas triangulares que crea el corte de la Diagonal sobre la trama rectangular del Ensanche, con esculturas de niños me pareció digna de prolongarse. Me atraían particularmente las que realizó Josep Campeny en 1912, donde la salida del agua se integra en el grupo escultórico, como en la magnífica de Diagonal - Córcega donde el agua mana de la boca de una rana agarrada por un mozalbete.

Con Juan imaginamos una familia de fuentes con adolescentes jugando en el agua de alguna forma que pudiese derivar en deporte. Una muchacha chapotearía en el agua, otra se zambulliría, otra prácticamente sumergida sacaría la cabeza y escupiría el líquido por la boca, y un muchacho lanzaría piedras desde la orilla, otro apenas se atrevería a tantear el líquido, un tercero iniciaría una boga con la mano... Nos atraía la imagen insólita de algunas esculturas francamente sumergidas. Cada pedestal sería distinto en función del acto de la escultura y del emplazamiento a que estaba destinado.