Vallcorba, un loco que ha encontrado su tema.

2010

Para el catálogo de la exposición en la biblioteca Joan Fuster

 

A lo largo de mi ya dilatada vida he encontrado y he padecido a  muchos profesionales frustrados: árbitros que habrían querido ser habilidosos deportistas, críticos que habrían soñado ser grandes creadores, burócratas censores que habrían aspirado a ser brillantes arquitectos, comisarios que -haciendo honor a su nombre- envidian a los artistas que controlan, jurados que desprecian a los concursantes sobre los que deben decidir… Quizás no sean la mayoría, quizás la mayoría sólo arrastra su medio de vida como su relación de pareja: con resignada apatía. Pero también he encontrado y he disfrutado de algunos que han llevado adelante su auténtica y decidida vocación: Jaume Vallcorba es uno de ellos.

A Jaume lo que realmente le gusta es lo que hace y con lo que se gana la vida: publicar libros. O sea: escoger originales, traducirlos si es preciso, proponer mejoras al autor, corregir estilo y puntuación, escoger tipos de letra, interlineado,  proporción de los márgenes, papel, tipo de encuadernación, cubierta… (Enumero estas funciones porque el común de los mortales desconoce qué hace el editor si no imprime el libro.)

Entre los grandes editores es insólito el que, con la excepción de Angel Jové en la colección de poesía,  Jaume no haya recurrido a otros profesionales para el diseño de sus publicaciones. Esto se explica por su particular curriculum. Él asegura que todo en su vida ha ocurrido por azar. Que estudió Letras en vez de Ciencias porque una agraciada amiga le dijo que en la Autónoma se lo pasaban muy bien, como así sucedió. Que comenzó a interesarse por el diseño gráfico porque compró para un amigo un taller de serigrafía y que de alguna manera tenía que amortizarlo. Creó un modesto taller denominado Aiguadevidre y se puso a serigrafiar delantales y trapos de cocina con ranitas para el Detrás de Fernando Amat y camisetas Pop para el Groc de Toni Miró (cuesta de imaginarlo ahora, cuando lo ves siempre encorbatado y con su formalísimo terno -por no hablar del frack hecho a medida que se endosó cuando a uno de sus autores le entregaron el Nobel- pero así fue). Esto sucedía cuando aún estudiaba la carrera, antes de su experiencia como profesor universitario en Francia y años antes de la creación de Quaderns Crema, pero sus aficiones gráficas proviene de aquí. Dejando de lado su vertiente Pop –que aún se detecta en muchas cubiertas de Quaderns- el perfeccionismo gráfico se ha convertido para Jaume en una obsesión. Durante años se empeñó en conservar la impresión con tipos de plomo en vez de aceptar la fotocomposición cuando esta testarudez ya significaba un romanticismo arqueológico. Convenció a otro loco, Víctor Igual, de que las versalitas no son letras de caja alta con dos puntos menos de altura sino unas letras de dominante horizontal  y que había que adquirir los moldes, así como los de los números en minúscula, que sólo se encontraban en mayúscula, y que el 9 debe de tener el rabito por debajo de la línea base, como la j. Hoy, se ha visto forzado a trabajar en composición electrónica pero no baja el listón de exigencia; hace tiempo me reprendió por creer que las cursivas del ordenador eran auténticas cursivas  (cuando son redondas burdamente inclinadas) y asegura, para estupefacción de Eva (grafista y mi mujer), que él distingue entre un texto compuesto en Mackintosh y otro compuesto en PC, afirmando con rotundidad que el primero es mucho más refinado que el segundo.

 

     Pasamos unos días de agosto con Jaume y Sandra en el Lido de Venecia. Una mañana, para huir de la masa de turistas, se me ocurre llevarlos al Querini Stampalia, el museo mágicamente remodelado por el genio de Carlo Scarpa. Acabamos, naturalmente, en la interesante librería del museo donde nosotros compramos varios libros de Bruno Munari mientras Jaume, escarbando, encuentra, muy emocionado, una rara edición del original francés del libro de Maurice Barrès La mort de Venisse. En la Biblioteca Municipal de la Plaza de San Marco hay una exposición de Aldo Manuzio (padre, precisa Jaume que se sorprende que no conozca a este genial editor e impresor, diseñador de tipos, creador de las primeras cursivas, llamadas desde entonces itálicas, que serán referencia de todas las posteriores…). En la biblioteca donde, naturalmente no hay nadie, Jaume se extasía ante los originales expuestos en vitrinas horizontales. Nos hace ver  el equilibrio de los blancos, blancos entre letras, blancos entre palabras, blancos entre líneas, blancos en armónicos márgenes. No se puede resistir, toma el tipómetro que lleva consigo y, apoyándolo en el vidrio de las vitrinas, comienza tomar y a anotar medidas ante la atónita y desconfiada mirada de los guardianes de la biblioteca que, sin nada más que hacer, nos rodean expectantes. A la salida, bajo un sol agosteño de justicia, Eva y yo decidimos ir a la espléndida piscina del hotel donde nos alojamos, pero Jaume, con la excusa de que Sandra no ha estado nunca en la ciudad, decide llevarla a ver las soberbias pinturas de la Academia. Cuando, a media tarde, llegan sudorosos y destrozados, nosotros, repantingados en nuestras tumbonas, preguntamos qué les han parecido los bellinis, tizianos o tintorettos, pero resulta que, camino de la Academia, han encontrado una librería que tenía muy buena pinta y, no pudiendo resistir la tentación, han entrado y entablado conversación con el librero que ha acabado por enseñarles una primera edición de ¡imaginaros! el Manuale tipografico de Gianbattista Bodoni y después otro de Giovanni Mardersteig el genial tipógrafo nacido en Weimar pero que desarrolló su trabajos más interesantes en Verona, y…