Miralles, un arquitecto con más pasado que futuro.

Julio 2000

El País

 

Hoy, por fin, hemos podido venir a verte.

Desde hace apenas un trimestre, cuando escapaste a Houston, de improviso, sin avisar a tus más íntimos amigos, para someterte a una desesperada operación quirúrgica, estábamos deseando hacerlo. Victoria, mi mujer, os telefoneaba cada dos días para proponeros una visita. Benedetta se mostraba encantada. Llegamos a tener los billetes de avión para acudir, vía Atlanta, aquella misma semana. Pero tú siempre aconsejabas que lo dejásemos para más adelante, que esperásemos a que te recuperases un poco, que tras la operación, o la radio, o la quimio, mejorarías y te veríamos en mejor forma. Cómo otro gran amigo desaparecido, Salvador Dalí, te oponías frontalmente a que te viésemos enfermo, a inspirar lástima, a no dar lo mejor de ti mismo frente a tus seres queridos. Así, han ido pasando las semanas, has vuelto a casa, y al cabo de muy pocos días nos ha llegado la noticia.

Hoy, por fin, hemos podido venir a verte. Estabas allí, tendido en la cama, sereno, muy pálido, con la barba encanecida, muy envejecido, pero muy bello. Benedetta a tu lado, abrazándote, desconcertada, totalmente sorprendida. Muy triste, pero no desencajada, digna, ella, también, muy bella. Te has ido como viviste y como trabajaste, con un altísimo nivel estético.

He dicho en repetidas ocasiones que lo que me parecía más extraordinario de tu manera de hacer, era que podía ser extravagante, excesiva, incomprensible, inapropiada, despilfarradora, incluso equivocada, pero era siempre profundamente bella. Desde los desenfadados croquis de tus cuadernos de viaje, a tus misteriosos planos técnicos, a tus maravillosas maquetas de madera, a tus collages de fotografías, a tus faxes para agradecer una cena -donde eras capaz de esquematizar cada plato con cuatro trazos magistrales-, a tus seductoras conferencias -cuando acudí a la primera en la AA de Londres no tuve ninguna duda de hasta donde llegarías-, a tus diferentes viviendas, a tus diferentes estudios, a tu cementerio, a tu escuela, a tus muebles absurdos y pesados, a tu rascacielos airoso, a tus puertas torcidas, a tus pilares irracionalmente inclinados, a tus hierros retorcidos; todo lo que salía de tus manos era Arte.

No hace falta insistir –otros lo harán- en que nos has dejado muy prematuramente, que teníamos una enorme esperanza en lo que quedaba por venir. Alguien escribió, hace un tiempo, que sería muy triste que Enric Miralles fuese un arquitecto con más pasado que futuro.

Ha sido muy triste, es verdad, pero así ha sido.