Lutyens en su estudio.
2000
Del libro Dios lo ve. Editorial Anagrama.
Este verano hemos decidido volver a Inglaterra con la intención de aprender disfrutando con algunas de las mansiones y jardines que aquí pueden visitarse.
Atravesando Francia en nuestro coche hemos aprovechado para pernoctar en un Relais Gourmand, donde hemos cenado muy formalmente, y hoy realizamos la primera visita. Nos gusta proyectar nuestros viajes con mucho tiempo y con mucho detalle. Como ya tenemos edad para saber lo que nos gusta, y lo que continuará gustándonos al cabo de seis meses, no vemos razón para improvisar, no conseguir lugar en los hoteles y restaurantes que nos interesan, y encontrar cerrado aquel museo por el que hemos recorrido tantos kilometros.
Sé muy bien que evitar estas desagradables sorpresas en un viaje a Italia -país al que por otra parte siempre desearía volver antes que descubrir cualquier otro- es del todo imposible. En una de las múltiples ocasiones que intenté visitar la Pinacoteca di Brera, para contemplar la Madonna de Piero sobre la que pende aquel mágico huevo que tanto intrigaba a Dalí, no puedo decir que tuviese particular mala suerte, pues el museo estaba cerrado por tres razones acumulativas. Pegados con chinchetas sobre la noble puerta de madera diversos letrerítos informaban de que: a). era día de descanso semanal, b). se había declarado una huelga de vigilantes, y c). la sala en cuestión se hallaba en obras.
Pero en este viaje se trata de Inglaterra, y allí se dan muchos menos imprevistos. Además las casas y jardines que nos interesan se pueden visitar sólo a unas horas y en unos días determinados. Hay que tener en cuenta que muchas de ellas permanecen en propiedad privada, sus dueños aún las ocupan, y a menudo son ellos mismos los que las enseñan; con un aire de aristócrata arruinado que no deja de ser fascinante.
Por todo ello, hace ya varios meses que consulté el Historic Houses, Castles & Gardens (open to the public) de este año. Allí figuran, cuidadosamente ordenadas, las mas de 1.300 propiedades visitables en Gran Bretaña e Irlanda, con todos los datos : localización, teléfono, nombre y título del aristócrata de se pondrá al aparato, descripción histórica del edificio y el jardín, horario de apertura, precio de la visita, si se puede llevar al perro o hacer picnic, si está adaptado para minusválidos, lo que se sirve en el Tea room...
Además en las últimas páginas hay una sección sólo para muy especialistas: Supplementary List of Properties Open by Appointment Only. Allí, en el condado de Hertfordshire, encontré la mansión de Homewood, a sus propietarios Mr. & Mrs. Pollock-Hill, y una dirección adonde escribirlos. Así lo hice, y concretamos una visita para hoy. (foto de Homewood).
Encontrar la propiedad, a pesar de las prolijas explicaciones previas de Mr. Pollock-Hill, no nos ha resultado nada fácil; como era de prever, hemos tenido que acabar telefoneando desde un Pub cercano. Era de prever, porque en Inglaterra, todo lo que ayude a orientar al turista, parece muy ortera. En el mismo Londres conocer el nombre de una calle nos sirve de muy poco; el mismo nombre puede darse a una Orad, una Street, una Avenue, un Way, una Place, un Square, un Park, un Mews, unos Gardens, un Field, un Yard, una Terrace, un Close, un Lane, un Walk, un Crescent, un Commmon, un Drive, una Gate, un Passage... y, a veces, una está a la quinta puñeta de su homónima. La calle en cuestión puede girar en ángulo recto, o puede interrumpirse y volver a aparecer mas allá; su numeración puede comenzar en un extremo, con una acera de pares y otra de nones, pero también puede comenzar en un punto arbitrario e ir avanzando hasta el final donde salta a la otra acera como si se tratase de una plaza, sólo que muy alargada...
Lo que en la ciudad es complicado, en la campiña se vuelve laberíntico. Como la red de vías comunales no es radial, ni arbórea, sino que es propiamente una red de tipo fractal, todos los caminos llevan a todos sitios. Las pequeñas y pintorescas señales de los cruces pueden indicar lo que quieran, pues seguro que por aquel camino también se puede llegar a aquel sitio..., y a todos los demás. Necesitamos unos planos muy detallados, de escala muy grande (de una milla por pulgada, como mínimo); y, si está nublado, una brújula no nos vendría nada mal.
Parece que los británicos suponen que uno ha nacido por allí cerca y que se ha pasado la vida recorriendo aquellos caminos.
Nos encantan los Relais & Chateaux ingleses, nos parecen los mejores del mundo -quizás no los mas lujosos pero sí los mas elegantes y auténticos- pero encontrarlos no es cosa de broma. Previsoramente pretendemos llegar siempre con luz de día porqué de noche la busca puede resultar angustiosa. A pesar de las instrucciones (al llegar a la placita donde hay una farmacia, tome por un caminito a la izquierda, no coja la carretera asfaltada, métase en unos matorrales aparentemente impenetrables...) que vienen en el prospecto bellamente ilustrado a la acuarela, no esperemos encontrar la mas mínima indicación in situ. Esto son recursos para los cursis Chateaux franceses, que se anuncian a kilómetros de distancia. Se supone que un gentilhombre no precisa de estos cartelones que afearían el carácter silvestre de nuestras sendas Se supone que tomará sin dudar por el caminito correcto, caminito de un solo carril -sólo dos estrechas roderas de pavimento sobre la hierba- que se alarga por varias millas. Se supone que el ilustre visitante no desfallecerá, que no tendrá la desgracia de cruzarse con otro vehículo, y, que al fin, llegará a la estupenda mansión donde le abriremos la puerta del automóvil con una amplia sonrisa mientras susurramos:
- Señor, le estábamos esperando.
Pero nuestra perseverancia ha tenido su premio, tras el telefonazo desde el Pub cercano y las amables indicaciones de Mr. Pollock-Hill, hemos sabido encontrar el camino de Homewood.
Mi interés por esta casa en particular nace de mi amor por la obra del arquitecto Sir Edwin Lutyens; arquitecto del que, francamente, sabía muy poco hasta que me lo descubrió Robert Venturi en su heterodoxo manifiesto Complexity and Contradiction in Architecture hacia el final de los sesenta. Entre las muchas cosas que aprendimos a mirar a través de este texto revelador -la Catedral de Murcia, o la de Granada, Hawksmoor, Ledoux, el Barroco alemán, el Machu Picchu...- figuraba Lutyens. Antes de Venturi, Lutyens se veía como una artista anticuado, el máximo representante del mundo Victoriano, arquitecto al servicio de una burguesía emergente con pretensiones aristocráticas -para la que había proyectado bucólicas casitas campestres-, y del Imperio Británico -para el que proyectó Cenotafios en Londres, Memorials en el frente de la Gran Guerra, y palacios en New Delhi-. Los Smithson, un matrimonio de arquitectos ingleses preservadores de la llama sagrada de la Modernidad, lo habían enterrado definitivamente, o, al menos, esto pareció en su momento.
Pero vino Venturi, me picó la curiosidad, y como estoy convencido que para poder juzgar la Arquitectura -y sobre todo para disfrutarla, que es de lo que se trata- es imprescindible, recorrerla, pisarla, tocarla, oírla y olerla, me fui a recorrer los cementerios militares y Memorials situados en el frente de la Gran Guerra, entre París y Calais. Y allí, en el Memorial australiano de Villers Bretonneux y en el británico de Thiepval, se dio el flechazo. (foto de Villiers y de Thiepval, de Follies de l´Industrie o libro Lutyens).
Hacer arquitectura para los muertos, o mejor, para los vivos que no quieren olvidar a sus muertos, ha sido siempre muy agradecido. La tremenda carga simbólica, lo ambiguo de su función, lo trascendente y metafísico de su mensaje, han permitido a la arquitectura funeraria dejar emotivos monumentos a todo lo largo de la historia de la humanidad. Desde las Pirámides de Egipto o las tumbas de Petra hasta el cementerio de San Vito de Carlo Scarpa, pasando por tantos cementerios anónimos situados en pequeñas aldeas -flanqueados por cipreses en la costa mediterránea, sobre el césped en centroeuropa-, por atiborrados cementerios judíos, y por monumentales cementerios neoclásicos -como el de Génova-, el culto a los muertos, el desesperado intento de que no se borren de nuestra memoria, ha provocado arquitecturas imperecederas en todas las culturas de la tierra. Aunque no creamos en la reencarnación, ni en la vida eterna, ni en las religiones que han inspirado estas obras, éstas continúan emocionándonos, comunicándonos algo misterioso y sobrecogedor; que trasciende lo racional. (foto de las pirámides, de Petra -libro Andrea-, cementerio Génova, cementerio Brion -libro Scarpa-).
Si cualquier cementerio tiende a emocionarnos, los de los campos de batalla de la guerra del catorce, son particularmente sobrecogedores. Los inmensos campos plantados de cruces, el extrañísimo paisaje donde ya no hay barro, trincheras y alambradas, sino una pradera surreal donde la hierba ha tapizado los cráteres de los obuses, cuya individualidad no se reconoce, pues están tan próximos entre ellos que se integran en un continuum ondulado, en una superficie extrañamente arrugada que nunca antes habíamos visto, un accidente tectónico que parece aberrante; hasta que caemos en la cuenta de que no se trata de un fenómeno de la naturaleza sino del hombre. En la linea del frente hay otros Memorials sobrecogedores -el canadiense en Vimy del escultor-arquitecto W. Allward-, pero los de Lutyens son arquitectónicamente notabilísimos. (Un tema que valdría la pena analizar es porqué la memoria de la primera guerra mundial provocó tantas obras artísticas, mientras la de la segunda, apenas lo hizo; si exceptuamos alguna relativa al holocausto judío. ¿Será porqué algún judío aún cree en su religión, a diferencia de los cristianos?. Pero temo que me estoy adelantando a lo que quería cuestionarme en este libro).
A partir de este descubrimiento no he dejado de perseguir las obras de Lutyens y de interesarme por su vida. Una vida, tan diferente de la de los actuales arquitectos de la jet, llevada con un ritmo que le permitió, dedicarse a su familia, jugar con sus perros, bromear y hacer divertidos dibujos para sus amigos, cantar y bailar con entusiasmo en las fiestas, pasarse cuatro años diseñando y dirigiendo a sesenta artistas y ciento cincuenta artesanos en la construcción de una casa de muñecas (a escala 1:12) para la reina Mary; cabalgar, junto al capellán de la familia, por los campos de Toledo a la busca del emplazamiento idóneo para la mansión del Duque de Santoña (consultar David), o navegar hacia la India para controlar sus obras, con tal calma, que durante la travesía tenía tiempo de discutir, proyectar, y dibujar una casa para el capitán de la nave. Y, ya en New Delhi, realizar la visita de obra montado en elefante; imagen que me provoca una inmensa e irrefrenable envidia.(foto de Lutyens en elefante).
He estudiado con atención su Cenotafio en Londres así como las mansiones que se pueden visitar en el sur de Inglaterra. He estado en Castle Drogo, en su impresionante jardín podado de forma tan arquitectónica; y en otros jardines producto de su colaboración con la jardinera (hoy diríamos paisajista) Gertrude Jekyll. Todo ello me ha impresionado profundamente (temo que esta admiración se está notando en mi arquitectura); por esto me he empeñado en esta visita a Homewood.(foto del jardín de Castle Drogo y alguna más).
Nada más llegar entregamos a los anfitriones la botella de Vega Sicilia que nos hemos traído de España. Los señores Pollock-Hill se muestran amabilísimos, nos muestran la casa, que es sencilla y modesta, pero muy bella, sobre todo su escalera con luz cenital, nos consultan el tono azulado (this particular shade of blue) que quieren dar a las paredes del comedor y su relación con el amarillento de la seda de las cortinas, y, finalmente, nos invitan a tomar el té en la terraza, frente al jardín.(foto mía, o de Houses and Gardens, de la escalera de Homewood).
En la conversación nos enteramos de que los Pollock-Hill no son los propietarios originales de la casa -Lutyens la proyectó en 1901 para su suegra, la Condesa de Lytton-; ellos la adquirieron hace pocos años y se pusieron a restaurarla con modestas ayudas del National Trust, y con el máximo respeto por la arquitectura de Sir Edwin, arquitecto que ellos admiran profundamente; están orgullosos de vivir en una de sus casas, e, incluso se han hecho miembros de una asociación de amigos del Maestro. Cuando, ya al salir, hago notar un pequeño detalle de la arquitectura de la mansión, detalle que pasaría desapercibido a los ojos de cualquier observador no especializado, Mr Pollock-Hill me relata la siguiente anécdota:
Parece ser que en una ocasión uno de los jóvenes colaboradores de Lutyens se encontraba grafiando la fachada trasera de una de las casas que se estaban proyectando en el estudio. El Maestro la observó con calma e hizo notar que la posición de una de las ventanas alteraba la composición general, a lo que su colaborador objetó:
-Esto no es problema: el muro que cierra el patio de servicio está tan próximo que esta abertura no se puede relacionar con el resto de la fachada. Nadie podrá ver esta falta de rigor geométrico.
A lo que el Arquitecto repuso impasible:
-Dios sí lo ve.