Ramon Masats, un testarudo genial.
Diciembre 2005
Para el libro Contactos.
Era muy a principios de los sesenta. En la editorial que mi hermana, Esther, dirigía y en la que yo hacía de asesor gráfico habíamos creado una colección insólita en aquella época y en aquel país, una colección que con el tiempo se ha convertido en legendaria. Se trataba de Palabra e Imagen, unos libros de formato cuadrado donde se confrontaba el texto de un gran autor −Matute, Delibes, Alberti, Cela, Mario Vargas, Aldecoa...− con fotografías de alguno de los fotógrafos que en aquel momento emergían con fuerza en el panorama artístico español. Catalá Roca -que también hizo un libro para nosotros- era algo mayor y ejercía de padre de todos, pero los demás eran verdaderamente jóvenes e increíblemente entusiastas. A mí, que ya conocía el trabajo de alguno de ellos, trabajo por el que sentía un grandísimo respeto, me parecía una temeridad proponerles que trabajasen para una editorial tan pequeña y tan joven.
Al primero que osamos abordar, para que colaborara con Delibes en un libro sobre caza, fue Oriol Maspons. De inmediato se entusiasmó con la idea. No sólo realizó aquel y otros libros si no que, con una camaradería ejemplar que hoy resultaría insólita, nos recomendó a otros fotógrafos: a Miserachs, Ontañón o Colom, un absoluto desconocido y pintoresco personaje que se dedicaba a robar fotos de putas en el barrio chino. Pero, seguramente, el fotógrafo por el que Oriol mostraba mayor admiración y el que más calurosamente nos recomendaba era Ramón Masats. Masats ya se había trasladado a Madrid. Lo había hecho porque consideraba que allí tendría mayores posibilidades profesionales y, probablemente, así fue, aunque esta deserción le acarrearía la ridícula pero inexorable marginación de la “cultureta” catalana. No se sabe muy bien si Masats es un fotógrafo catalán o un fotógrafo español y esto, claro, hoy en día, no puede ser. Habla catalán con todos nosotros y pasa los veranos en Cadaqués pero vive en Madrid, ha pasado muchos años fotografiando y filmando como nadie toda España −incluyendo las islas−, ha publicado recientemente un bellísimo libro sobre los toros −fiesta que ya se ha votado prohibir en Catalunya−, se casó con una castellana (ya sé que para los catalufos es castellano todo aquel que no habla catalán, sea de Almería o de Gran Canaria, pero es que Paloma es castellana y además ¡del mismo Madrid!), y ahora afirma que se ha retirado de la fotografía para dedicarse de lleno a cocinar bacalao al pil pil, un plato tan poco “nuestro”. Me llamaréis exagerado pero a los hechos me remito; no se puede comparar el reconocimiento, los premios y honores que Ramón ha recibido del Estado Español con los que ha recibido en Catalunya. Ya sé que la valoración de los fotógrafos, como la de los arquitectos, es hoy muy inferior a la de otras artes más nobles −mimo, cocina deconstructiva, recuperación folclórica...− pero aun así, algún fotógrafo inequívocamente catalán y de un nivel inferior a Masats sí ha merecido el reconocimiento debido.
Bien, volviendo a cosas más trascendentes, a Masats le hicimos un encargo tremendamente difícil; ilustrar un extraordinario texto de Ignacio Aldecoa sobre boxeo. (Ahora que lo repaso, advierto que muchos de los primeros títulos de la colección eran de lo considerado ahora políticamente incorrecto: caza, boxeo, toreo, putas...) Para hablar con Aldecoa y con Masats nos fuimos a Madrid, Esther, Lluís Clotet, mi íntimo colaborador y amigo, y yo. Viajábamos en mi doscaballos y, a la altura de Aragón, nos pilló una tremenda nevada que casi nos deja en la carretera. De aquella estancia en la capital no sé qué nos impresionó más, si la tremenda categoría de Aldecoa o las impresionantes fotos y la ambición artística de Masats. Lluís y yo, los responsables de compaginar el libro, éramos muy jóvenes, apenas veinte años, y muy temerarios entonces. Tan temerarios que en el primer volumen de la colección, para no amortiguar la rotundidad de la imagen fotográfica, habíamos conseguido que el titulo no figurase en la cubierta. A pesar del tremendo respeto que profesábamos por las fotos de Masats nos atrevimos a proponerle cosas ciertamente arriesgadas: recortar en un círculo la foto de la cubierta, dedicar una doble página a una foto pequeña, repetir fotos a un formato mucho menor, doblarlas simétricamente en negativo y, en un alarde de temeridad, aumentar el fondo negro superior de la foto del definitivo y dramático K.O., para aumentar así el efecto de caída. Sabíamos perfectamente -Oriol nos lo había enseñado- que para Cartier Bresson, el Papa de la foto de reportaje, no preservar absolutamente el encuadre del negativo era anatema, pero nosotros teníamos nuestras razones: todas estas libertades estaban justificadas por la relación entre la imagen y el texto. ¿No hablaba éste de boxeadores que peleaban con su sombra? Pues nosotros enfrentábamos a uno con su simetría en negativo, él peleando con su sombra. ¿No se llamaba el libro Neutral Corner?,¿pues qué más justificado que colocar en la cubierta una foto donde apareciese esto, el rincón neutral? Pero, la foto de un rincón vacío del ring no tendría mucho gancho, aunque fuese de Masats, y, además muy poca gente entendería la relación con el título. Pero sí la entendería si imprimíamos un cuadrado negro enfrentado a la portada interior, cuadrado que, para nosotros, era una clara alusión al cuadrilátero visto en planta, y este cuadrado lo perforábamos con un disco blanco situado en una esquina, y la foto de la cubierta también la recortábamos en forma circular, o sea que el círculo que en el interior veríamos en planta lo veríamos en perspectiva en la cubierta... Y así todo quedaría justificado. En aquella época, que a menudo añoro, siempre teníamos nuestras razones, lo malo es que casi nunca conseguíamos que nuestros clientes las compartiesen. Pero Ramón sí las compartió, y juntos hicimos una de esas obras de juventud que te pasas el resto de la vida dudando poder superar.
Dos años más tarde publicábamos Viejas historias de Castilla la Vieja, donde Masats se enfrentaba a un magnífico texto absolutamente representativo de su autor, Miguel Delibes. Un suelto del interior del libro incluía una breve biografía del escritor y del fotógrafo. Al releer esta cartulina amarilleada quedo impresionado por nuestra lucidez juvenil. Decíamos sobre Ramón: “Muy exigente acepta pocos trabajos y los realiza con responsabilidad. Neutral Corner representó lo mejor de su labor hasta el momento, pero, si entusiasmó a unos pocos, no gustó a la mayoría. Rechaza cualquier tema que no le permita superar este primer libro, hasta que, impresionado por el texto de Delibes, nos da esta visión antiacadémica de los hombres y las tierras de Castilla”.
Tal como nosotros mismos reconocíamos, la aceptación comercial de estos dos libros fue testimonial, y en el de Delibes motivada, sobre todo, por el prestigio del escritor. Sin embargo, han hecho historia. No existe muestra o publicación antológica de Masats que no incluya varias imágenes de ambos. Y muchas de las fotografías que aparecen realizadas durante aquellos años se hubiesen publicado también en un libro que Ramón nos propuso y nosotros acogimos con entusiasmo.
Se trataba de un libro fotográfico sobre España. Así de sencillo y así de ambicioso: dar la visión masatiana de nuestro país. Masats nos mostró varias fotografías que nos dejaron anonadados. Aparte de algunas que aparecerían en el libro de Castilla, había otras que han quedado para siempre: la del seminarista en acrobática palomita, la de la viejecilla trazando una V en Tomelloso, la del bruto pisando al perrito en los Sanfermines, la del toro agonizando solo en el centro del redondel... Éramos conscientes del riesgo de la empresa, pero el desafío nos exaltaba. Ramón nos hizo comprender que para una empresa de tal magnitud precisaba un mínimo de dos años de dedicación exclusiva y que sus medios económicos no le permitían abandonar los ingresos de otros trabajos. Entonces se nos ocurrió fijar una mensualidad como adelanto de sus futuros derechos de autor. Ramón pidió una mensualidad muy razonable y se puso manos a la obra. Pero, ante nuestro absoluto desconcierto, se nos presenta muy serio, al cabo de varios meses, y nos suelta que el proyecto le supera, que no se ve capaz de realizarlo con el nivel de calidad que él se exige a si mismo..., que no nos preocupemos, que el dinero adelantado nos lo irá devolviendo en el menor tiempo posible... Y así lo hizo.
Esta anécdota explica como ninguna el carácter de Masats. Recordándolo al cabo de cuarenta años, aún tengo dudas de que hiciese bien. El libro seguro que hubiese sido la hostia, que hoy sería un clásico indiscutible, como el New York de William Klein o el Nothing Personal de Avedon, pero Ramón no se veía capaz de hacer lo que él ambicionaba. Ramón es así. Este rigor artístico, hoy −cuando el común de los artistas más admirados está exclusivamente dedicado a incrementar su nivel mediático, su status y su cuenta bancaria− resulta incomprensible y pintoresco, pero aun entonces −en unos años indiscutiblemente más románticos− me impresionó profundamente. La prueba es que lo recuerdo como si hubiese ocurrido ayer.
Mucho se ha escrito, y muy laudatorio, sobre la fotografía de Masats. Poco puedo añadir yo. Sin embargo, lo usual es hacer mucho hincapié en su compromiso con la realidad, en su realismo crítico, en su retrato fidedigno de la España franquista, la España triste del estraperlo, de curas y guardia civiles, la España en blanco y negro. Es verdad que Masats abandonó la fotografía durante mucho tiempo para dedicarse al cine. Nunca sabremos si fue una decisión acertada. Los creadores toman caminos a veces desconcertantes y siempre discutibles, ya que los deben tomar forzosamente solos. No sé si Ramón tomó esta decisión absolutamente convencido, pero sí sé que sus decisiones son siempre inamovibles. La cuestión es que, cuando, tras muchos años, Masats retornó a la fotografía, España ya no era franquista, ya no era un triste país cuya tremenda belleza estaba ligada a la miseria y al atraso histórico... España era ya un país moderno, en color. Y, efectivamente, Masats pasó a hacer casi todas sus fotografías en color. Esta decisión radical la había tomado, muchos años antes, Catalá Roca. Catalá, que había construido un fenomenal archivo de fotos documentales en blanco y negro, decidió un buen día que ya no haría ninguna que no fuese en color. Explicaba que el blanco y negro era una limitación que, de haberse inventado antes el color, ningún fotógrafo hubiera aceptado, que ya nadie imaginaba películas en blanco y negro (Woody Allen aún estaba lejos) y que insistir en ello era una absoluta falta de visión histórica. Total, que comenzó a utilizar sólo película negativa en color. Si el cliente se empeñaba, sacaba las ampliaciones en blanco y negro a partir del negativo en color, y tan pancho.
Todos los grandes fotógrafos en blanco y negro han tenido que pasar por un trance parecido. Sin embargo poquísimos, quizás sólo Guy Bourdin, han conseguido dar el salto con la brillantez con que lo ha dado Masats. Me refiero a que las fotografías en color de Ramón son inimaginables en blanco y negro. Demostraré lo que quiero decir con sólo dos ejemplos:
Tomemos la fotografía de Olvera: la de cuatro cuadrantes, dos blancos, dos en colores vivos, dos planos, dos en perspectiva, uno en perspectiva cercana y enjalbegada, el otro en perspectiva lejana y verde. Si pasamos esta espléndida fotografía a blanco y negro no nos queda prácticamente nada. Es evidente que cuando la tomó Masats “pensó” en color. La composición abstracta se sostiene en el color.
Tomemos ahora una foto totalmente diferente: la de un Madrid modernizado y americanizado. Una chica encinta pasea decidida por un espacio de nuevo urbanismo. Al fondo, delante de unos rascacielos de arquitectura internacional, un muro lleno de estas pintadas que todos los grafiteros realizan para expresar su individualidad y que en todos los rincones del mundo son idénticas. Esta fotografía se puede ver −o un arquitecto deformado por la geometría puede verla− como una sutil composición de prismas y esferas. Prismas, los modernos edificios; esferas, los globos de los fanales de diseño y, en bella metáfora, el bombo de la joven encinta. Pero, para la mayoría de observadores, es un retrato del nuevo Madrid. Todo en ella transmite un mensaje de alegría y optimismo. Madrid ya no es aquella ciudad cargada de carácter pero también de miseria y tristeza, aquella ciudad gris; Madrid es una ciudad cosmopolita, la más yankee de Europa, menos pintoresca pero también menos mugrienta y casposa, una ciudad que se expresa en technicolor. En este caso no es la composición abstracta la que exige el color a Masats: es el tema.
Me gustaría insistir en que la valoración de Masats como un reportero de la realidad, como un memorialista, como un representante de cierto realismo social, me parece limitativa. Masats es un artista muy ligado a la realidad, es cierto, también lo era Velázquez y lo es Antoñito López, pero, como estos grandes artistas, Ramón va mucho más allá. Observemos la foto quizás más conocida del fotógrafo; incluso se ha reproducido la etiqueta de un buen vino que un amigo me regaló por la foto de Masats:
Un artista fotografía a otro artista. Porque la viejecilla de Tomelloso, el pueblo cuna de Antoñito López, ¿qué está haciendo? Está haciendo Arte. O sea esta haciendo algo aparentemente gratuito, de nula utilidad práctica y de absoluta relevancia estética. Tras haber enjalbegado la fachada e, inevitablemente, parte de la calle, está trazando una finísima línea oscura para definir con claridad la intersección del plano horizontal con los planos verticales. Puro Arte, arte conceptual de primer nivel. Me impresionaron algunos pueblos de las islas griegas donde la cal no sólo cubre las fachadas de las casitas sino que se derrama por las escaleras de acceso, por las rocas y por todo el pavimento de la calle. Todo un pueblo de un blanco cegador. Pero la artista de Tomelloso, seguramente siguiendo una tradición local, no lo quiere así, ella es más cubista, ella quiere señalar, al paseante y a Dios, el cambio de plano. Y Masats se da cuenta de la trascendencia de la acción y decide retratarla. Al tomar esta decisión, da prueba de una fina sensibilidad, de la perspicacia de un buen reportero, pero es al decidir el punto de vista, al componer la foto, cuando Masats trasciende en mucho el fiel reflejo de la realidad y demuestra su genialidad como fotógrafo. La foto está un poco contrastada, como todas las de los fotógrafos antisalonistas de la época que se mofaban de la académica “gama de grises”. Pero en este caso el contrastado es funcional, absolutamente imprescindible; aunque la suave luz viene de la derecha −la sombra de la mujer lo delata− y forzosamente la fachada derecha tiene que estar sutilmente más iluminada que la izquierda, las dos deben verse igual de blancas, porque de lo que se trata aquí, lo que está haciendo la viejecilla y Masats entiende, es distinguir el plano horizontal de los verticales, y, cuanto más parecidos sean éstos, más clara quedará la intención de ambos artistas. Además, Masats utiliza aquí, también con intención absolutamente funcional, una composición de diagonales aproximadamente simétricas muy difícil, poco utilizada en la historia del arte, pero en cambio recurrente en su obra. Traza diagonales la viejecilla de Tomelloso, trazan diagonales los caminos de Tierra de Campos, trazan diagonales las calles del Barrio de la Concepción, trazan diagonales las cuerdas del ring... Naturalmente, cuando Ramón lea estas líneas me dirá con su campechanía y su vozarrón tan varonil (estoy convencido de que todo gran artista del género masculino debe poseer algo de femenino, pero en nuestro fotógrafo esta parcela debe de estar muy oculta) que veo en sus obras mucho más de lo que él pretendía al realizarlas. Precisamente por esto es un gran artista; porque sus obras superan en mucho sus intenciones conscientes.
Hace unos años, Juli Capella realizó una enciclopedia dedicada a mi obra. Siempre había ambicionado ser el responsable de una publicación antológica de mis cosas, que encontró tan dispersas (edificios, objetos, muebles, pinturas, textos...) que las agrupó no por géneros sino siguiendo el arbitrario orden alfabético. A medio redactar la enciclopedia, se le ocurrió la feliz idea de que algunos voces no fuesen redactadas por él sino por ilustres amigos míos con toda libertad (naturalmente cuando escribo “amigos” quiero decir amigos y amigas, pero me niego a usar esta redundante cursilada; hace poco he decidido no votar a ningún político, o política, que diga “ciudadanos y ciudadanas”, con lo que sospecho que me ahorraré muchos desplazamientos a las mesas petitorias). Me refiero a que cada uno escogía la palabra que según él me cuadraba, y redactaba su definición. Como todos mis amigos son increíblemente generosos y la mayoría no son arquitectos −que acostumbran a redactar muy mal− sino escritores, filósofos, guionistas y directores de cine, diseñadores, gráficos, zapateros, modistos, editores, científicos, pintores o fotógrafos, la cosa quedó muy bien. Uno de los amigos asediado con el requerimiento fue Ramón Masats, que entendió perfectamente el juego y lo jugó con toda seriedad y respeto por las reglas, como se debe jugar todo juego. Escogió la voz Útil y redactó su definición siguiendo tan fiel e irónicamente el estilo enciclopédico que su aportación se convirtió en una de las mejores del mamotreto. Ahora Ramón, al solicitarme esta introducción, me devuelve el compromiso. Desearía haberlo realizado, si no con su misma brillantez, sí con la misma aplicación.