Reflexiones durante la pausa accidental de una

¿conferencia? inolvidable.

Junio 2010

Para el catálogo Mariscal en la Pedrera.

 

El tinglado informático está haciendo de las suyas y el ayudante de Mariscal no consigue proyectar el video que debería verse ahora. El ritmo de la, digamos, “conferencia” se va a ir al carajo. El teatro Romea está repleto de un público entusiasta. El show, o el happening, o lo que sea, está resultando deslumbrante. Chavi, filmado por una microcámara y proyectado en una inmensa pantalla, ha comenzado haciendo pulchinelas interpretando las voces de los distintos garriris y ha dibujado en directo sus temas preferidos. Luego se ha atrevido a cantar y a hacer karaoke interpretando rock con una guitarra de juguete y enfundado en una americana de lentejuelas… En fin, yo, que me considero un conferenciante entretenido que no lee jamás (excepto cuando la conferencia es en alemán) y que acelera el ritmo en cuando ve que dos asistentes del fondo de la sala se levantan, estoy recibiendo una tremenda lección. Es la segunda mejor conferencia a la que he asistido en mi vida (la primera la dio el inmenso arquitecto Louis Kahn hace muchísimos años).

    Ahora, mientras la sala rebulle intranquila por la contingencia tecnológica, me vuelvo a plantear la incógnita de  dónde reside el talento del protagonista del espectáculo. Ésta es una cuestión que he debido afrontar repetidamente, sobre todo cuando varios conocidos, agnósticos en lo referente a su obra, me la han planteado sin tapujos. La respuesta no es fácil: según los cánones establecidos, Mariscal no es un gran pintor, ni siquiera un gran autor de comics, no es un gran escultor, no es un gran diseñador industrial, ni un gran diseñador gráfico, ni un gran escritor, ni un gran arquitecto, ni siquiera interiorista… El  gremio de los arquitectos lo considera un decorador; el de los pintores, un fumettista, el de los diseñadores un marginal chistoso, el de los intelectuales un iletrado que se enorgullece de haber leído un solo libro en su vida (falsamente porque asegura que escribir es lo que yo hago mejor -sospecho que para empequeñecer el resto de mis ocupaciones- y ha insistido en que redactara estas líneas, o sea que, como mínimo, algo mío ha leído). Sin embargo, a pesar de reconocer que estos juicios tienen algo de fundamento, los que atiborramos el teatro nos lo estamos pasando pipa, o sea que en algún lugar tiene que esconderse el insólito talento de Mariscal.

    En primer lugar reflexiono sobre lo de insólito porque hasta sus más acérrimos detractores deben reconocer que la obra de Mariscal es muy extemporánea; extemporánea en el sentido de que no casa con las preocupaciones y los objetivos del arte que corta el bacalao en nuestros días. El arte que se considera moderno es pretenciosamente trascendental, trágico, pesimista y feísta. No parece ser momento de festejos. Incluso los pocos verdaderamente buenos están en esta línea. Nos interesan, y quizás llegan a emocionarnos, las obras de Kiefer, de Gerhard Richter, de Bacon, de Lucian Freud o de Barceló pero, la verdad, no podemos decir que sean bonitas o alegres. Incluso el Antoñito López que se hizo mundialmente famoso representaba cosas que, aunque él no las consideraba así, al común de los espectadores nos parecían deprimentes. Carmencita jugando abrigadita en el terrado de Tomelloso transmite una tristeza indescriptible. Y no me digan que no es pertinente la comparación de estos grandes artistas con Mariscal ya que este tremendismo no se da solamente en el arte considerado “serio”; los comics contemporáneos suelen ser violentos, pornográficos, miserabilísimos, raramente gozosos. Incluso lo mejor que se ha hecho en cine últimamente, la serie The Wire, es lo más tremebundamente pesimista y deprimente que uno pueda imaginar.        

    Sin embargo, Mariscal, trate el tema que trate, es siempre alegre, colorista, optimista. Sus geniales interpretaciones de nuestra costa mediterránea, están repletas de autopistas, de motos, coches y camiones embotellados, de gasolineras con marquesinas arriñonadas, de hoteles vulgares, de toallas puestas al sol en terrazas seriadas, de urbanizaciones ilegales, de ruido, de olor a sardina frita…, pero, al final…, entran ganas de volver a Benidorm. Y su visión de Barcelona, del Caribe, de New York…, lo mismo.

    Entonces se me hace evidente otro indiscutible talento de Mariscal. Para representar estas escenas contemporáneas con tanto verismo es imprescindible tener una extraordinaria memoria visual; y Chavi posee este don en grado sumo. No sé si esta virtud debe darse forzosamente en todo artista plástico pero sí sé que se da en algunos de los más notables. Mi buen amigo y gran fotógrafo Català Roca me explicó una anécdota que nunca olvidaré:

    En una visita a Pablo Picasso, Català le llevó de regalo el espléndido poster que había realizado para la Oficina de Turismo de España. Se trataba de la ampliación espectacular de un ojo del Pantocrator de Taüll que se exponía en el Museo de Arte Románico de Barcelona (hoy integrado al museo nacionalista castigado con el humillante acrónimo MNAC). Bajo el penetrante mirada se podía leer Have you see Spain? o algo por el estilo.  Picasso se mostró encantado y dijo al fotógrafo:

- Es espectacular, me encanta, pero has alterado algo la imagen ¿no?

            - No, Maestro, le aseguro que no-  respondió Català.

            - Algo has manipulado, no lo recuerdo así. Voy a consultarlo en un libro.

            Así lo hizo y tras la consulta exclamó:           

-¡Le has dado la vuelta, cabrón!

            Y era verdad; por cuestión de la composición del poster, Català se había permitido reproducir el ojo derecho como si fuese el izquierdo. Que Picasso lo advirtiese, cuando la fotografía apenas abarcaba el ojo y parte de la nariz de un fresco que el pintor hacía medio siglo que no veía, dejó estupefacto al fotógrafo y, de rebote, a mí.                   

    No sé si Mariscal se hubiese dado cuenta del giro del Pantocrator pero sí sé que puede dibujar de memoria con toda exactitud no sólo una Vespa (una de sus obsesiones) sino un túrmix, cualquier electrodoméstico y doscientas recetas de cocina; serpenteantes barras de bar, rascacielos y casas baratas; grapadoras, destornilladores y paquetes de Gitanes; pájaros, perros y cocodrilos; pinos, palmeras y cactus; amigas en bikini, negros africanos y los Príncipes de España; el perfil de Barcelona, de Tokio o de La Habana; sillas, muebles de las Hermanas Gilda y casi todos los diseños contemporáneos, incluyendo los míos, que yo no lo haría con más propiedad.    

 

    Todo esto se me pasa aceleradamente por la cabeza en los tensos momentos en que el video se empeña en no aparecer. Cualquier otro conferenciante se desmoronaría. Chavi, no. Chavi regaña al técnico haciendo bromas sobre las tecnologías de última generación y explica anécdotas con toda naturalidad, como si aquel percance no fuera con él. Tras una pausa que a sus amigos se nos hace eterna aparece por fin el dichoso video. Se ven imágenes que aluden a colores, al azul, al naranja…, reliquias de la representación de Colors (uno de los proyectos que arruinó al autor), irónicas alteraciones de logos famosos, caras que se van modificando aceleradamente, el mundo lúdico y optimista que representan magistralmente los diminutos dioramas que hizo especialmente para el Design Museum de Londres (lo mejor de la exposición) y que también se exponen aquí…, en fin…, una gozada.