Sensual Corona de espinas.
Junio 2011
Para el libro sobre el edificio del Colegio de Arquitectos de Almería
Como consecuencia de la invitación a colaborar en esta publicación, acabo de visitar el edificio porque -a diferencia de tantos especialistas y jurados de concurso- no soy capaz de opinar seriamente sobre una obra juzgándola solo por fotografías. Naturalmente, tenía idea del proyecto casi desde su inicio. El escandaloso Fernando, quizás acompañado del discreto Miró, lo debió presentar en uno de aquellos legendarios Pequeños Congresos donde acudían los arquitectos más interesantes e interesados de la Península.
Para los catalanes, formados en la disciplina de la racionalidad y discreción arquitectónica –la consabida arquitectura realista-, las intervenciones de Fernando constituían happenings alucinantes. Desde su absoluta e irónica perplejidad ante nuestra pretenciosa aproximación al Estructuralismo (piensen ustedes que llegamos a invitar a Peter Eisenman en pleno sarampión chomskyano) hasta sus brillantes interpretaciones a la guitarra tras la cena, todo nos desconcertaba y, a pesar del rechazo que provocaba entre los gurús de la Escola de Barcelona, a algunos –Emili Donato, Ricardo Bofill, yo mismo…- nos fascinaba. Allí debió pasar las diapositivas del proyecto ya desarrollado de la Corona de Espinas y, más tarde, la obra adelantada, el maravilloso dibujo de Antoñito López: el más grande entre los pintores del siglo, afirmaba contundente Fernando.
Treinta años duró su construcción. Incluso para nosotros, arquitectos acostumbrados a plazos dilatadísimos por razones banales, es una enormidad de tiempo. Sin embargo, si no puedo decir que la obra parece acabada ayer es solamente porque su preciosísima construcción de hormigón, los increíbles encofrados que la hicieron posible, son hoy absolutamente irrealizables, ni por todo el dinero del mundo. Las excentricidades deconstructivas de ahora parecen de cartón y alambre en comparación con la sólida perennidad de esta fábrica.
No me corresponde hacer el análisis crítico de esta obra, no es mi estilo, otros lo harán mucho mejor que yo. Sólo puedo decir que el espacio que menos podía prever, del que no conocía siquiera el proyecto -la biblioteca soterrada- me ha encantado. Por su forma circular puede recordar a la de Asplund - a quien Fernando aseguraba no conocer- , o a la maravillosa del British Museum, pero a mí me remite a algunas de Aalto que, aun siendo de planta rectangular, tienen el mismo acceso elevado y los mismos pasillos escalonados divididos con muebles que forman estanterías por una cara y mesas de consulta por la superior. No sé si Fernando las conocía –él juraría que no- pero tanto da; el espacio, la calidad de la luz natural y de la artificial, la calidez de la madera en contraste con la brutalidad del hormigón del techo…, todo hace venir ganas de tomar un libro, sentarse y ponerse a leer. ¿Qué mejor se puede decir de una arquitectura?; estoy seguro de que Fernando estaría de acuerdo en que nada.