Fernando Higueras.
Mayo 2008
Fernando Higueras falleció con un impacto mediático irrisorio; apenas una fría nota necrológica en El País. Sin embargo, a mí me sigue pareciendo uno de los arquitectos españoles más brillantes del pasado siglo. Me lo sigue pareciendo a mí y, vista la escasa repercusión de su temprana y súbita desaparición, me temo que a pocos arquitectos más. Fernando siempre fue un personaje tremendamente polémico pero en su juventud vivió un periodo dorado de fama y reconocimiento universal. Fueron los años en que se le invitaba a los más prestigiosos concursos, se publicaban magníficos libros fotográficos en Japón sobre su obra, y estuvo a punto de ganar el premio Pritzker. Sin embargo fue pasando el tiempo y por razones varias, entre las que cabe destacar la frivolidad y volatilidad de la moda arquitectónica contemporánea, se fue relegando a Fernando al papel de personaje pintoresco, entrañable pero conflictivo, un artista de fugaz brillantez.
Entre los pocos arquitectos que continuaban valorándolo como se merecía me gusta recordar a dos: dos grandes arquitectos en apariencia muy distantes pero que a mí, que los he conocido bien, no me lo perecen tanto.
Uno es Ricardo Bofill. Ricardo conoció a Fernando de muy joven y siempre ha mantenido una gran admiración por el desbordante talento del arquitecto madrileño. En un congreso, hace pocos años, llegó a afirmar ante numerosa audiencia que Fernando era el talento más desperdiciado de la arquitectura española.
El otro admirador era el malogrado Enric Miralles. Para mi sorpresa, en la ocasión en que me atreví a valorar en su presencia el genio de Fernando -convencido de que este comentario sería considerado una anticuada y nostálgica boutade típica de mi carácter- saltó Enric y afirmó que me quedaba corto, pasando a analizar con entusiasmo varias obras fernandinas sobre las que demostró un profundo conocimiento.
Pues bien, como he escrito más arriba, a mí Fernando me continúa pareciendo uno de los más brillantes y el más completo. Completo porque resolvió con enorme talento y originalidad multitud de programas arquitectónicos. Sus viviendas unifamiliares fueron desde el principio extraordinarias; el conjunto de viviendas económicas de Hortaleza, ejemplar; la manzana de viviendas de alto presupuesto en Madrid, espectacular; el hotel de Lanzarote, el mejor ejemplo de arquitectura turística de nuestro país y quizás del mundo; las propuestas urbanísticas para la misma isla, visionarias; el concurso de Monte Carlo, deslumbrante… Hoy la casi totalidad de arquitectos de renombre se concentra en programas de lucimiento abandonando la mayoría de programas arquitectónicos conflictivos: el primero, la vivienda colectiva de bajo presupuesto. Fernando los afronto todos, y los afrontó con una creatividad apabullante.
Desde luego, tenía, como muchos de nosotros –los que nos formamos a la sombra de José Antonio Coderch o de Paco Sáez de Oíza-, una concepción de la Arquitectura hoy totalmente caduca. Esto se me hizo transparente cuando, hace poco, me comentó que la ampliación del Reina Sofía de Jean Nouvel era un “pestiño” porque el estruendo del tráfico de la vía vecina se reflejaba en la gratuita y enorme marquesina e invadía el patio haciéndolo inhabitable. Mientras en el patio jardín del antiguo hospital todo era silenciosa calma, en el desabrido de la ampliación a nadie le apetecía permanecer ni un momento. Que la crítica de un edificio se refiriese a aspectos, como el confort acústico, que no pueden aparecer en las fotos (fotos que son los únicos elementos de juicio, por los que se valoran y se premian hoy las obras de arquitectura) me produjo una sensación proustiana; hacía años que no escuchaba un razonamiento de este calado. Definitivamente, Fernando- y reconozco que también yo- éramos reliquias de una obsoleta moral arquitectónica.
Sólo el difícil y escandaloso carácter de este enorme artista puede explicar el ostracismo en el que vivió durante los últimos años de su vida. Vida, es cierto, consumida con excesiva intensidad; pero Fernando fue así, excesivo en todo, en su talento como arquitecto -pero también como dibujante, pintor y guitarrista-, en sus amistades y enemistades, en sus filias y sus fobias, en sus adicciones, en su amor por las mujeres…, en todo.
En estos días de mesura y corrección política la desmesura de Fernando resultaba encantadora. Lo vamos a echar mucho de menos.