Tacón (de aguja)
Luis García Berlanga. Director de cine. Valencia, 1921 - Madrid 2010
Cuenta Howard Levy que T’hung Hui Nam, marido de la Sra. T’hung, resumía su fascinación de sutil admirador por el pie de loto minúsculo, que ella exhibía, diciendo que el pie deformado por las vendas, además de bellísimo, era excitante porque limitaba los movimientos de la dama. / Creo que ahí, en la limitación —que no en la ausencia— de movilidad, es donde radica uno de los grandes secretos de la seducción femenina. / Y es que casi todas las prendas de la panoplia fetichista son trampas a los que recurre una mujer disponible para fingir que apenas puede trastabillar en los límites de un territorio previamente señalado. / Se trata, pues, de que la apariencia sea huidiza. De ahí que los pies de gacela y el afinamiento progresivo de las piernas provoquen en los cazadores la impresión de que éstas sólo rozan la tierra en un único punto, al tiempo que sostienen el grácil y esbelto cuerpo en armonioso equilibrio sobre ellas. Y de ahí también que, para evocar con mayor equívoco esa imagen de difícil ingravidez, la mujer haya elegido un invento, en realidad destinado a los hombres —creado por Luis XIV y su corte—, que multiplica el efecto de inestabilidad necesario. Me refiero al tacón alto./ He aquí, fingida, exquisita, la hembra expuesta, en el esplendor de lo que se ha dado en llamar feminidad. Ahora no nos queda más que lanzar nuestros ardientes dardos a los puntos vulnerables y recibir de ellos la fulgurante seducción. Ante ese ardor se desliza el equilibrio imposible, la oscilación justa, la fragilidad de una arquitectura pendular y ondulante. El eje de todo ello es el tobillo, increíblemente equino, surcado de ligeras cavidades donde sueñan nuestros labios y de agudos salientes que recorremos con dedos ávidos. No en vano decía Leonardo da Vinci que el pie es una obra maestra de ingeniería en la que cada pieza facilita distintas rotaciones y cada paso crea un universo. De hecho, una mujer que camina sobre tacones de aguja es, vista de espaldas, un prodigio. Y si, como Marilyn, de repente vuelve la cabeza y sonríe desde su infortunio, el instante se vuelve cósmico, cuando no orgásmico. Entonces comprendes que del pie femenino arranca una y otra vez la irresistible ascensión del Ángel Caído, reivindicativa levitación que percibimos con mayor claridad y, por lo tanto, con menos morbo en cualquier bailarina de ballet clásico. / El tacón de aguja, pues, definido por Oscar Tusquets y por el que esto suscribe como el objeto más hermoso y mejor diseñado del mundo, que tan maravillosa inseguridad concede al paso, concede también altura de vértigo a la mujer y la pedestaliza a un tiempo como a la tirana a la que hay derribar y como a la diosa de extraña mitología a la que hay que adorar de rodillas. / En realidad, no somos los únicos en compartir esta pasión. El tacón, con el resto del zapato, ha sido protagonista de novelas desde Restif de Bretonne hasta Almudena Grandes pasando por Goethe, Arthur Miller y Oliver Curwood, entre muchos otros. Ha sido admirado y pintado por Allan Jones, John Willie, Andy Warhol, Pierre Molinier, Dalí y otros. David Griffith tenía una enorme colección de zapatos femeninos, Cecil B. De Mille seleccionaba a sus actrices según cómo iban calzadas y el gran actor francés Raimu sentenciaba que “une femme sans talons c’est une femme sans talent”. La gran Mercedes d’Acosta, la más seductora lésbica de entre todas las míticas estrellas de Hollywood y de todas las más célebres millonarias norteamericanas, forma parte del patrimonio del Museo Metropolitano de Nueva York. De ella es la frase: “Un zapato sin sex-appeal es como un árbol sin hojas”.
Con Luis García Berlanga y Charo López en 1994.