Perfeccionismo

Román Gubern. Teórico del cine. Barcelona, 1934

 

Los perfeccionistas (como Stanley Kubrick o Georges de La Tour, por ejemplo) suelen ser neuróticos obsesivos, lo que prueba que salud mental y capacidad creativa son virtudes distintas. “Un árbol puede ser maravilloso..., pero no es una columna dórica”, escribe Oscar en Dios lo ve. El árbol crece y se desarrolla empujado por demasiados factores de azar, es decir, no sujeto al control de un diseñador, salvo, tal vez, algunos bonsais (no soy experto en el tema). El perfeccionismo nace del control totalitario que convierte al diseñador en un dios respecto a su creación. Y ahora los etólogos y psicólogos de la percepción nos sugieren que hay una correlación natural —no cultural— entre el perfeccionismo estético y los cánones históricos del clasicismo. Lo habían intuido en los años veinte los psicólogos de la Gestalt, pero ahora parecen corroborarlo los etólogos, neurólogos y antropólogos con sus experimentos estéticos con chimpancés, bebés y tribus primitivas. Existe un innato sentido del orden y del equilibrio de las formas, al que tal vez no sea exagerado llamar “instinto estético”. En el fondo, era lógico que el homo faber desarrollase esta exigencia psicológica para optimizar la percepción de sus formas simbólicas. Pero los neo-clasicismos, con su acatamiento a ciertas leyes formales perennes, tienden al déjà vu. ¿Cómo se puede conseguir que el déjà vu no sea redundante y monótono? Introduciendo lo que los formalistas rusos llamaron “efecto de extrañamiento” (o desautomatización de la percepción). Ejemplo: un Auditorio cubista sobre una playa tropical de Las Palmas, que me hace pensar en la extrañeza paisajística de De Chirico.