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Traicionando a Cerdà2022

Recientes consistorios barceloneses y, sobre todo el comandado por Ada Colau, están desvirtuando la principal virtud del Plan Cerdà: su neutralidad. Frente al plan, haussmanniano y monumental, defendido en su día por el ayuntamiento barcelonés, el Gobierno Central, no sin descomunal polémica, impuso el optimista, higienista, sin centro privilegiado, americano, del ingeniero Ildefons Cerdà. En el Eixample casi todas las calles son iguales, de igual anchura, de igual orientación (a 45 grados de los puntos cardinales para privilegiar el soleamiento), sin jerarquías. Su trama neutra no propició edificios monumentales rematando largas perspectivas pero permitió ubicar todo tipo de edificaciones, residenciales, institucionales, religiosas, educacionales, culturales, hoteleras, comerciales, incluso industriales (algún centro de manzana aún conserva una chimenea, como la de la imprenta Thomas). Frente a la delimitación de áreas con distinta función del urbanismo racionalista, todas las funciones mezcladas: el lupanar junto a la iglesia como defendía el sociólogo Mario Gaviria. Esta es la ciudad que tantos amamos. En mi infancia casi todas las calles eran de doble dirección: la máxima igualdad. Con el tiempo, para facilitar la circulación rodada, fueron adoptando la dirección única: primera especialización. Pero algunas calzadas han ido siendo progresivamente invadidas por extraños artilugios: bolardos, jardineras, bancos, juegos infantiles…, hasta llegar al paroxismo presente. Todo ello con el único objetivo de poner trabas a la circulación rodada.

Vamos a ver: al vehículo que lleva de puerta a puerta -me niego a llamarlo privado ya que, además de los taxis, pronto se compartirá como hoy se comparten motos con notable aceptación- hay que domesticarlo (que circule a 30 km me parece bien) no eliminarlo, ya que tiene su razón de ser. Pretender que ancianos, como yo, u otras personas con problemas físicos lleguen a su casa o al trabajo en bicicleta es una simplificación totalitaria. Sé que amplias zonas del casco antiguo se han peatonalizado con notable éxito y aceptación ciudadana, pero el Eixample es otra cosa. Extender la política de Ciutat Vella a la trama de Cerdà es no haber entendido su razón de ser. Portaferrisa está normalmente atiborrada de peatones pero en 75 años de patear el Eixample nunca he visto una acera con dificultades para pasear. Salvo poquísimas excepciones -Pelai, Balmes, Via Layetana- todas las calles tiene aceras amplísimas, de 5 metros de anchura, lo que permite que todas tengan arbolado. No existe otra ciudad con tantos árboles en las aceras; aceras generosas que facilitan la ubicación de terrazas. aunque se hayan restringido hasta la reciente pandemia por pertenecer a los siempre sospechosos negocios privados. Ciudades con clima mucho menos benigno tienen aceras, a veces muy estrechas, repletas de terrazas; pensemos en el Soho londinense o en el Marais parisino.

Una gran ciudad debe permitir algo más que pasear, debe permitir el acceso a talleres, comercios, restaurantes, hoteles, espectáculos; debe permitir la carga y descarga en puntos cercanos. Hasta ahora esta función -dificultada por la proliferación de carriles bici- la han resuelto los chaflanes. A partir de ahora la mitad ya no lo harán. La mitad de los chaflanes se van a convertir en beatíficas áreas de ocio y se plantea un concurso internacional de proyectos para este desatino. En un lúcido artículo, Xavier Monteys desaconseja este aluvión de ocurrencias argumentando que los chaflanes deben modificarse poco, quizás adoquinarse.

Todo esto para hacer realidad las supermanzanas: una idea centenaria defendida por Le Corbusier, personaje mesiánico que diseñó bellos muebles -hasta que Charlotte Perriand abandonó su estudio-, edificios discutibles y nefastos planes urbanísticos. Si se hubiese aceptado su plan Voisin, se habrían arrasado 40 hectáreas de la derecha del Sena para colocar una inmensa explanada verde sobre la que se levantarían 19 rascacielos de 180 m de altura. Solo se hubiese salvado algún monumento -como el Palais-Royal o la Place de la Madeleine-. El hoy recuperado y encantador barrio del Marais habría desaparecido, una pesadilla hitleriana. A este individuo debemos la ocurrencia de la supermanzana, o sea que las calles se especialicen: una de cada tres para vehículos, el resto para peatones: el definitivo atentado a la neutralidad del plan Cerdà.

Arquitecto por formación, diseñador por adaptación, pintor por vocación y escritor por deseo de ganar amigos, Oscar Tusquets Blanca es el prototipo del artista integral que la especialización del mundo moderno ha llevado progresivamente a la extinción.
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