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Oscar trabaja en una nueva silla, ligera y económica, para BD Barcelona Design

“Se puede ser un viejo verde y además un genio, como Nabokov” (lee aquí la entrevista para El País)

Prix Européen2001

Cuando recibí la invitación de participar en el jurado del Prix Européen de la reconstruction de la Ville pensé que se trataba de un error. Solamente cuando leí la carta con más atención comprendí que Philippe Rotthier, el promotor y alma del premio, había conocido por la prensa española las bases del premio Década que promueve la Fundación Oscar Tusquets Blanca, le habían interesado mucho y que por esta razón había decidido invitarme. El premio Década es un galardón que concede nuestra fundación y cuya característica más destacable es que cada año se juzgan las obras finalizadas diez años antes; de esta forma pretendemos alejarnos de modas pasajeras y adquirir la mínima perspectiva que se precisa para valorar una obra de arquitectura: ¿cómo ha sido aceptada por los usuarios? ¿cómo ha envejecido su construcción? ¿qué vigencia mantiene su lenguaje arquitectónico? Naturalmente este planteo tan alejado de los premios al uso tenía que caer bien a los miembros de la Fondation pour l´Architecture; era la auténtica razón que justificaba el que me invitasen, ya que, aunque siempre he tenido un sincero interés por los postulados de Archives d´Architecture, por Maurice Culot, por Leon Krier..., mi arquitectura ha sido algo heterodoxa, evidentemente ha escandalizado profundamente a los defensores de la continuidad del Movimiento moderno, pero, a la vez, se ha permitido unas libertades, una ironía, unos “venturianismos” algo irrespetuosos con la estricta tradición. Pero como la gente de Archives me interesaba, aunque no pertenecía a su cofradía, decidí aceptar la invitación.

Tras convivir dos largos días con los miembros de un jurado saludablemente pluridisciplinar, saludablemente bisexual, saludablemente cosmopolita, saludablemente multigeneracional..., tengo que decir que he llegado a la convicción que si algo caracteriza a la gente de la Fondation, es la tolerancia, el antisectarismo, la apertura mental. No todos opinábamos igual pero todos fuimos escuchados en un ambiente sumamente civilizado y distendido.

El premio de este año fue para la reconstrucción de La Habana vieja; fue un premio otorgado por unanimidad, incontestado. No fue hasta que hablamos de otros posibles premios, cuando discutimos sobre proyectos nuevos, no de fiel y estricta reconstrucción, que aparecieron dos tendencias ligeramente divergentes. Todos estábamos de acuerdo en que era muy conveniente destacar una obra que más allá de la restauración, plantease una arquitectura nueva pero respetuosa con el entorno, entorno construido o relativamente virgen, entorno históricamente relevante, anónimo, o simplemente paisajístico. Pero en el momento de destacar una de estas obras no nos poníamos de acuerdo.

Para unos era preciso destacar aquellas obras y aquellos arquitectos que eran injusta y sistemáticamente marginados por todas las publicaciones, por todas las universidades, por todos los premios. Arquitectos de dedicación ejemplar, arraigados en un territorio, profundos conocedores de una tradición constructiva, refractarios a las modas, amados por sus escasos clientes..., y olvidados por la inteligentzia internacional que copa el mundo académico, editorial, y mediático. Se llegó a hablar de premiar el carácter heroicamente “quijotesco” de un arquitecto. 

Para otros, entre los que yo me encontraba, resultaba muy saludable que el premio se abriese a arquitecturas menos ligadas a la rehabilitación de monumentos antiguos, menos sujeta a estilos arquitectónicos históricos, a contextos urbanos tradicionales y prestigiosos. Reconocíamos que, probablemente, no había una obra innovadora de primerísima categoría entre las presentadas, pero argumentábamos que el hipotético autor de una obra así difícilmente se presentaría a este premio, que supondría totalmente fuera de su alcance. Se nos objetaba que por este camino se podía premiar una obra -y ayudar económicamente a su autor- ya sobradamente conocida, galardonada, y encumbrada por los medios de difusión: se podía premiar el Guggenheim de Bilbao, para entendernos. Esta objeción merecía tenerse muy en cuenta pero, a mi entender, no bastaba para anular la conveniencia de ampliar, no los objetivos, pero sí los medios, que el Premio, la Fondation y los mismos Archives vienen defendiendo desde hace tantos años.

Es indiscutible que la actitud resistente, de denuncia, de verdadero activismo cultural, que han encarnado personajes como Maurice Culot y Leon Krier, ha sido providencial y digna de todo elogio: muy probablemente ellos han sido los salvadores de buena parte de lo que ha quedado en pie de la ciudad de Bruxelles, y, por contagio, de lo que se ha salvado en muchas de nuestras ciudades europeas..., y no europeas, basta pensar en la misma Habana. Pero creo que ha llegado el momento de extender el discurso, de ampliar el ángulo de visión. Para muchas ciudades europeas, entre las que se encuentra Barcelona, el grito de alarma ya ha sido asumido por todo tipo de partidos políticos y medios de difusión. Para intervenir en cualquier parte de la Barcelona tradicional debemos someternos al férreo control de varias comisiones de defensa del patrimonio, comisiones formadas por arqueólogos, historiadores, cronistas, vecinos..., y algunos arquitectos, en su mayoría de discretísimo nivel profesional. El criterio, habitualmente inmovilista y simplemente

Arquitecto por formación, diseñador por adaptación, pintor por vocación y escritor por deseo de ganar amigos, Oscar Tusquets Blanca es el prototipo del artista integral que la especialización del mundo moderno ha llevado progresivamente a la extinción.
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