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“Se puede ser un viejo verde y además un genio, como Nabokov” (lee aquí la entrevista para El País)

Discordias barcelonesas2014

En el Passeig de Gràcia barcelonés se encuentra una sucesión de fachadas que se extiende desde Consell de Cent a Aragó, o sea, una manzana completa. En esta manzana construyeron los más notables arquitectos del momento, finales del siglo XIX y principios del XX. Allí rivalizaron Puig i Cadafalch, Enric Sagnier, Domènech i Montaner y Antoni Gaudí. Apenas ocho años median entre la primera construcción -la Casa Amatller de Puig i Cadafalch- y la última -la casa Batlló de Gaudí-.  Sin embargo, los estilos no pueden ser más dispares. Los promotores -que acostumbraban a reservarse el piso propiamente denominado “Principal”, al que se accedía por una escalera privada separada del resto de vecinos- querían deja sello de su individualidad y los arquitectos estaban encantados de acceder a este requerimiento. Las edificaciones recibían siempre el nombre de las familias propietarias -Casa Amatller, Casa Lleó Morera, Casa Mulleras, Casa Bonet, casa Batlló-, la rampante burguesía catalana quería singularizarse, no confundirse con el vecino.  El Estilo Modernista favorecía, además, este pintoresquismo medievalista y anticlásico.  

Muy pronto la prensa satírica catalana, fustigadora habitual de los excesos modernistas, dio una muestra de su irónico ingenio (hoy rarísimo) al dar con el término de “Manzana de la discordia” jugando con el doble sentido de la disparidad de los edificios y el conflicto de la Manzana de Oro que provoca el conocido juicio de Paris en la mitología griega.

La osadía de la pujante burguesía catalana se extinguió en un par de generaciones, pero este espléndido libro demuestra que la discordia entre edificios vecinos ha permanecido por muchos años. Algunos amigos arquitectos de Paris o London se sorprenden por la admiración que sentimos ante la uniformidad de sus edificaciones a lo largo de centenares de metros. La Rue Rivoli, la Place Vendôme, tantos Squares de Belgravia o de otros barrios londinenses les parecen aburridos mientras el desorden de nuestro ensanche les excita y les divierte.

Naturalmente, las casas con que las diferentes familias pretendían rivalizar fueron extinguiéndose y surgieron exitosos promotores con un estilo repetitivo; alguno, incluso, especializado en chaflanes. Sin embargo, en las pequeñas promociones el deseo de originalidad, de sorpresa y divertimento sobrevivió.

Este libro es apreciable por diversos motivos: por la calidad indiscutible de las fotografías, por cómo se han limpiado de todo lo superfluo (apenas aparecen las copas de los poquísimos plátanos de sombra, tan presentes en nuestras calles, confortabilísimos para el viandante pero una tortura para el fotógrafo), por su planitud, su ausencia de perspectiva, por cómo se han aparejado (siguiendo el criterio de proximidad de las obras o por similitud o el contraste de estilos), incluso por la sensibilidad con que se han introducido los imprescindibles pies de foto (imprescindibles por la tortura que representa tener que consultar una lista al final del libro para saber lo que estamos viendo). Pero el mayor acierto de su autor ha sido no limitarse a fotografiar fachadas de notables arquitectos. Gabi Beneyto ha caminado con la mirada fresca de de un no especialista. Algunos amigos arquitectos podemos haberle sugerido una obra históricamente relevante, pero él ha sabido descubrir el interés de fachadas que nosotros jamás habríamos tenido en consideración. En estas espléndidas páginas aparecen edificios de arquitectura heterodoxa, de estilo innoble, de una ingenuidad desconcertante. Sin embargo, ellos son parte de la riqueza de nuestra ciudad, son parte de su atractivo: no toda Barcelona podía ser de Gaudí, Sagnier, Duran Reynals, Mitjans o Coderch.

En los largos cambios de impresiones que he mantenido con el autor, le he hecho notar que en el libro aparecen muchos muros cortina, aunque, algunos, de excelente factura. No creo que sean los que otorgan carácter a nuestra ciudad, pero reconozco que es inevitable. De la misma forma que todas las ciudades europeas, sin excepción, de Roma a Wien, de Praha a Madrid, van perdiendo sin remisión sus personalizados comercios históricos para substituirlos por repetitivas tiendas de grandes cadenas internacionales, de la misma forma, el vanguardista Courtain Wall de Mies se repite, con mayor o menor fortuna, en todas las ciudades y en todas las latitudes. Por fortuna, la discutible y rígida normativa que rige en nuestro ensanche prohíbe taxativamente el muro cortina. Esto permite que, al menos, en esta zona que para la memoria colectiva “es” Barcelona, algún arquitecto loco apoyado por algún promotor osado pueda aún expresar su discordia.

      

Arquitecto por formación, diseñador por adaptación, pintor por vocación y escritor por deseo de ganar amigos, Oscar Tusquets Blanca es el prototipo del artista integral que la especialización del mundo moderno ha llevado progresivamente a la extinción.
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