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Diseñar un botijo, objeto que tiene miles de años de tradición, siempre es sugestivo, pero un reto. Además de su funcionalidad, porque tener agua fresca a mano siempre fue un lujo, quería que mi diseño tuviese cierta carga poética y singularidad.
Dado que soy un artista eminentemente figurativo, cuando vi que en el espléndido Museu de Argentona había botijos con forma de aves, toros, perros y peces -antiguos o de Picasso- pensé que podría hacer uno con forma de elefante, porque la trompa podía hacer de simpático pitorro y nadie lo habría hecho antes. Pero no fue así. Tras presentar mi creación, los responsables del museo me advirtieron de que en sus almacenes ya había otro botijo con esta forma. Lo que demuestra que, como dice Pla, nunca se es original.