Isla de Pantelleria, Italia
Lluís Clotet
Anna Bohigas
Mi prima Victoria, casada con un adinerado guaperas del Lago di Garda, decidió hacerse una casita en una isla perdida del sur de Italia donde veraneaba algún sofisticado milanés -como Giorgo Armani- y se arriesgó a encargárnosla a nosotros.
Allí nos fuimos y, tras cinco escalas -Roma, Napoli, Palermo y Trapani- nuestro bimotor aterrizó en la pista de tierra de Pantelleria. Al consultar las ordenanzas y visitar el emplazamiento con nuestra prima nos dimos cuenta de que esta bellísima porción de costa está paisajísticamente protegidísima, que solo se pueden ampliar antiguos dammusi, modestas edificaciones agrícolas de piedra cubiertas con preciosas cupulitas tabicadas.
En el nivel del dammuso existente colocamos los dormitorios y el baño. La sala de estar, comedor y cocina comparten un amplio espacio semienterrado que se abre hacia el mar por una serie de puertas vidriadas y hacia el monte por un patio posterior que permite doble iluminación y ventilación cruzada muy conveniente en aquella zona.
El clima, auténticamente africano, de la isla permite que los porches, de dimensiones generosas y protegidos por sombrajos, se transformen en auténticas salas de estar al exterior. Pilastras de hormigón forman una pantalla ordenada y perenne que pauta la vista del mar y tras la cual se desarrolla la variable vida cotidiana. Una bella opera preclassica, dijo Ignazio Gardella cuando se la enseñamos.
Fotografías de Jaume Blassi, Jordi Bernadó, Lluís Clotet y OTB