











Centre de Cultura Contemporània, Barcelona
Ramon Espelt
Gianni Ruggiero
Alfons Soldevila
Jorge Wagensberg
Cuando Josep Ramoneda, Director del Centre de Cultura Contemporánea de Barcelona, me propuso comisariar y diseñar la exposición Requiem por la Escalera, le rogué que, para futuras exposiciones, me reservase dos temas que me apasionaban particularmente: La Ventana y El Laberinto. Hacía de aquello diez años, pero Ramoneda mantuvo su palabra.
La publicación del documentadísimo libro Laberints de Ramon Espelt desencadenó el proyecto de la exposición y compartir comisariado con él parecía imprescindible.
Decidimos centrarnos en el concepto estricto de laberinto; estricto dentro de lo que cabe ya que no es fácil acotar algo tan rico en significados. De todas formas, sean reales o imaginados, expusimos laberintos por los que, nosotros u otros animales, podríamos circular. Tratamos sólo marginalmente temas que darían lugar a otras apasionantes exposiciones; las redes, el cerebro como laberinto, la ciudad como laberinto, la creación (pictórica, literaria, musical) como laberinto…
Aspiramos a que, tras recorrer la laberíntica muestra, el visitante se llevase consigo, sino certezas, sí sugerencias sobre esta poderosa y perdurable imagen; imagen que se remonta a milenios de historia y prehistoria pero cuyo enigma continúa apasionando a creadores y pensadores contemporáneos.
Para ello, aun reconociendo su indiscutible nivel artístico, renunciamos a exhibir originales pictóricos o instalaciones donde, a veces anecdóticamente, aparecía un laberinto. Si lo representado era relevante para lo que pretendíamos explicar, y no habíamos podido conseguir el original, exhibíamos una reproducción.
La exposición no era una recopilación de grandes obras de arte donde aparecían laberintos, la exposición pretendía ser en sí misma una pedagógica experiencia artística (en la medida en que una experiencia artística pueda resultar pedagógica).
La apabullante erudición de Espelt me liberó de la responsabilidad de decidir sobre qué cuestiones laberínticas debíamos tratar. Siempre creí que nada significativo se nos olvidaba, teniendo plena confianza sobre qué tratábamos, me permitió concentrar en cómo lo explicábamos.
Pretendí que la muestra se iniciase en el magnífico patio histórico que da acceso al Centre. Sin embargo, los múltiples actos y espectáculos que allí se realizaban durante el verano impedían ocuparlo. Por ello se me ocurrió la idea de provocar un auténtico laberinto de sombras, sombras provocadas por una ligera estructura suspendida a una altura que no interfería con los usos allí programados. Creo que fue lo mejor de mi contribución.
Dada mi amistad con Umberto Eco conseguí que redactase la introducción al catálogo y que, luego, visitase la muestra conmigo. Le gustó mucho, lo que, lógicamente, me enorgulleció un montón.