(Proyecto no realizado)

En todos nuestros proyectos procuramos sacar el máximo partido de la singularidad del lugar, que el edificio que imaginamos sólo pudiera explicarse en aquel emplazamiento y, por lo tanto, resultase irrepetible.

Al observar fotografías aéreas de la zona del ruinoso Teatro Cervantes, ¿qué veíamos? Un rectángulo en la trama de un bellísimo casco histórico; encajonado, casi huérfano de fachada a la calle, pero con un lateral sobre el bello patio que compartía con la espectacular Casa de los Picos. Por el otro lateral, quedaba apoyado en la impresionante muralla –muralla que se extendía mucho más allá, cruzaba el legendario acueducto, y se convertía en una seña de identidad de tan bella ciudad.

  Nuestro proyecto se aprovechaba de este singular emplazamiento de tres formas distintas:

1. Aprovechaba el patio como una extensión visual de la sala y como fuente de luz tamizada. La sala iba a resultar inevitablemente angosta, pero si la abríamos al patio con una gran vidriera, la haríamos visualmente mucho más amplia y luminosa. La orientación de esta vidriera era prácticamente Norte, por lo que recibiríamos luz matizada y constante. 

2. Aprovechaba su emplazamiento estratégico haciendo su cubierta visitable. Podíamos imaginar el impresionante panorama que desde esta plaza elevada se podría divisar –desde el centro de la ciudad histórica hasta la campiña circundante, con la estricta geometría del acueducto cortando el paisaje como un estilete.

3. Aprovechaba la muralla como un elemento definidor, tanto desde fuera como desde dentro. En el ruinoso teatro Cervantes no éramos conscientes de que uno de sus laterales estaba directamente apoyado en la muralla de la ciudad. Era una pena que fuese así, por esto proponíamos redescubrir el monumental muro –tanto por la porción de su exterior, que las casas que se le habían ido adosando aún dejaba aparente, como por toda su cara interior. Así conseguíamos una sala única en el mundo, donde uno de sus laterales era una obra de siglos, en su estado primigenio: con los grandes bloques pétreos a la vista, su corredor superior y sus almenas.

El techo de la sala flotaba libre sobre la muralla, sin tocarla. Entre ambos, se abría una grieta de cristal que permitía la entrada de un estrecho rayo de sol durante el día, y durante la noche dejaba la coronación característica de la muralla a contraluz.

Conseguimos alargar la muralla de la ciudad de Segovia en unos 70 metros y la hicimos llegar hasta una de las puertas de entrada a la antigua urbe.