¿Cómo pudimos equivocarnos tanto?
Noviembre 2010
Domus, Milano
A inicios de 2002, coincidiendo con el 150 aniversario del nacimiento del arquitecto Antoni Gaudí, la revista Domus me solicitó un artículo sobre el controvertido tema de la continuación de las obras del Templo de la Sagrada Familia. En este escrito, publicado en mayo del mismo año, explicaba que, al principio de los sesenta, aún en la universidad, había sido uno de los instigadores de un manifiesto abiertamente contrario a la continuación del templo, que contó con el apoyo incondicional de toda la inteligentzia de la época, de Bruno Zevi a Julio Carlo Argan, de Alvar Aalto a Le Corbusier. Tras su publicación la reacción fue contundente: fuimos tildados de herejes marxistas, aquel año la cuestación popular dedicada a las obras batió todos los records y los responsables de las mismas se sintieron más legitimados que nunca, no sólo ante Dios (lo que no dudaban) sino también ante los hombres de buena fe. En 2002 la cuestión ya no era si había que continuar la construcción, que se encontraba muy avanzada y que nadie se atrevería a demoler, sino en cómo debería terminarse.
Ahora, tras la consagración papal del templo, me han vuelto a plantear la cuestión. En los ocho años transcurridos, mi crítica opinión ha ido entrando en crisis. Las dudas comenzaron cuando desde la calle veía levantar la nave central. El espacio parecía majestuoso, impresionante. Mi rechazo se tambaleó aún más cuando Alfons Soldevila -excelente arquitecto de avanzado leguaje tecnológico, de estructuras tensadas, hierro galvanizado y policarbonato, con el que he colaborado en algún proyecto- me aseguró que si conociese profundamente la obra cambiaría radicalmente de opinión, que la Sagrada Familia era el edificio más importante del siglo XX y que estaba dispuesto a demostrármelo personalmente. Invitación que he aceptado para escribir estas líneas con conocimiento de causa. Acabo de visitar el templo de abajo a arriba (más de 60 m de altura) con Alfons y Josep Gómez Serrano, uno de los arquitectos directores de su estructura, y he de reconocer que he quedado anonadado.
La objeción de más peso contra la continuación del Templo ha sido siempre que no sabíamos cómo lo habría hecho Gaudí, un arquitecto que improvisaba siempre en obra, que sus planos y maquetas habían sido destruidos en los caóticos saqueos de nuestra Guerra Civil, y que cualquier interpretación constituiría inevitablemente una traición al artista. Esto es una verdad a medias. Gaudí elaboró tres proyectos sucesivos a lo largo de la construcción. De cada uno de ellos dibujó planos e hizo maquetas detalladas. El primero -al que corresponde la abarrocada Fachada del Nacimiento y su cubista cara interior- es aún muy respetuoso con el lenguaje gótico, el segundo es mucho más libre y orgánico, el tercero es absolutamente original, innovador, deslumbrante, Gaudí en estado puro. De este tercer proyecto -que él consideraba definitivo aunque no lo pudiese ver completado en vida- hizo una maqueta a escala 1/10, maqueta muy detallada por cuyo interior podías pasear. Es cierto que esta maqueta fue hecha añicos (que ahora se están remontando en una labor arqueológica), pero existen excelentes fotografías y ha podido reproducirse con muchísima precisión. La fidelidad de esta reconstrucción se ha visto favorecida porque, a pesar de su apariencia aleatoria, esta obra se basa en estrictas geometrías. Parece ser que Gaudí, preocupado por los problemas que había tenido en la fachada de La Pedrera, decidió recurrir una rigurosa estructura geométrica en el Templo. Son geometrías complejas -paraboloides hiperbólicos, hiperboloides, polígonos regulares que giran en espiral en ambos sentidos formando los fustes de las columnas…- pero que, una vez definidas, no aceptan interpretaciones, se pueden reconstruir a escala 1/10 o diez veces mayores. Esto es lo que se ha hecho en la nave hoy prácticamente acabada. Si la arquitectura es ante todo espacio y luz, el interior de este templo es Arquitectura en mayúscula, emocionante y grandiosa Arquitectura frente a la cual las excentricidades formales y estructurales de hoy parecen juegos de niños.
Pero en las partes que Gaudí dejó sin definir aparecen dos problemas fundamentales:
Uno es que los continuadores, aunque con encomiable entusiasmo han llevado la obra adelante acertando en lo fundamental, no han tenido ni el talento de Jujol para interpretar a Gaudí en lenguaje gaudiniano ni el talento de Scarpa o de Albini para dialogar con él en un lenguaje personal, lo que provoca que casi todos los detalles no definidos por el Maestro choquen. El protagonismo de modestas escaleras helicoidales, las barandillas de inox y vidrio, los spots luminosos, los pavimentos, las claves de bóveda, las vidrieras, y, en general, todos los elementos decorativos, no están a la altura del conjunto. Verdad es que estos acabados no consiguen desvirtuar la inmensa calidad del monumento y que son relativamente fáciles de substituir en un deseable futuro.
El segundo problema, seguramente más grave, es la dificultad de encontrar artistas contemporáneos capaces de llevar adelante los proyectos figurativos del Maestro. En las fachadas, Gaudí pretendía, como en las catedrales medievales, explicar en imágenes la Historia Sagrada. Ya a principios del XX esto no era fácil pero el genio de Gaudí lo solventó, rozando el kitsch, en la Fachada del Nacimiento con estos muros que se arrugan formando figuras, muchas de ellas obtenidas sacando moldes de personas y animales reales (George Segal medio siglo antes). El penoso resultado de la Fachada de la Pasión, encomendada al escultor Subirachs, revela la inmensa dificultad de proseguir esta andadura. Queda por levantar la fachada principal, la de la Gloria. Encontrar en el mundo un artista contemporáneo capaz de afrontarla es el desafío más comprometido con el que se enfrentan ahora. La figuración está en un momento difícil, la de contenido religioso, mucho más, y la capaz de transmitir la Gloria de la Resurrección, extinta. El arte contemporáneo ha dado muchas crucifixiones pero ninguna resurrección notable.
Volvamos al origen. ¿Cómo pudimos equivocarnos tanto? Si hace cincuenta años se nos hubiese hecho caso, esta maravilla no existiría. Habría permanecido como una ruina o la hubiera terminado un arquitecto de moda en aquellos años ¿Cuánta gente la visitaría? Este templo no ha tenido nunca apoyo económico de las instituciones, vive de los donativos de los que la visitan, más de dos millones al año, más de veinticinco millones de euros. Se está financiando como una catedral medieval. De esta forma se terminará, no sé si la mejor obra del pasado siglo pero sí el mejor edificio religioso de los últimos tres.