Caccia Dominioni.

Mayo 2001

Charla en Arkitektura.

 

A principios de los sesenta un grupo de arquitectos y de estudiantes catalanes iniciamos periódicas peregrinaciones, más de Gloria que de Penitencia, que tenían como meta la ciudad de Milano. Aunque no hacíamos la ruta a pie si no, los más jóvenes, en nuestro primer dos caballos, la actitud de piadosa admiración era muy similar a la de una peregrinación a Santiago de Compostela.

Como en el Camino de Santiago, antes de llegar a destino, nos deteníamos en algunos lugares de obligado culto:

 Primero, el conjunto de La Pinetta de Arenzano en la Riviera: el hotel de Gardella (con sus techos piramidales rebordeados con franjas marrones que tanta pupa hicieron a l'Escola de Barcelona), la plaza central del mismo Gardella (con su “intonaco” color ladrillo y sus persianas de librillo verde oscuro), los primeros Magistrettis tan osados y personales (hasta me parece recordar que en uno de estos edificios el tren circulaba por su interior).

Segundo, Génova y las obras de Albini: el tesoro de San Lorenzo del Duomo, por descontado, pero también Il Palazzo Bianco -y más tarde Il Palazzo Rosso-, el Ayuntamiento, y un Club de Tenis absolutamente inencontrable en las afueras.

Y, por fin, Milano. Extasiados, veíamos levantarse la Torre Velasca, nos pateábamos completa la Biennale dedicada al Tempo Libero, coordinada por Gregotti y asesorada por Umberto Eco, y no podíamos perdernos una agencia de viajes de Gardella o las nuevas construcciones en Corso Europa. Corso Europa, allí donde se encontraba la mítica Splügenbrau, la cervecería escalonada de Castiglioni; habíamos ahorrado durante todo el viaje para poder tomar nuestros primeros “spaghetti alla carbonara”, allí.

Corso Europa, allí donde Magistretti levantaba un edificio de oficinas con un muro cortina muy innovador, con estrechos antepechos opacos que subían y bajaban graciosamente, pero siempre con la coartada funcional de que así se podían arrimar muebles y continuar viendo la calle.

Pues allí, junto al estrecho edificio de Magistretti había unos larguísimos y elegantísimos edificios de vidrio, con ventanas que abrían osadamente hacia el exterior, unos auténticos “Palazzi di vetro” como así fueron inmediatamente denominados por los milaneses. Estos edificios eran de un arquitecto que había realizado otras obras muy notables, obras de una increíble “raffinatezza”, con sus fachadas recubiertas de cerámica vidriada, con las ventanas delicadamente situadas casi en el mismo plano de estas fachadas reflectantes, con sus testeros de  composición aparentemente aleatoria. El arquitecto que estaba resolviendo, con  inmenso respeto por lo que entonces se denominaba “preesistenze ambientali”,  un edificio en Corso Monforte. Se trataba de Luigi Caccia Dominioni, un arquitecto muy poco mediático, muy poco publicado, muy poco preocupado por su difusión internacional, aunque, a la vez, muy respetado por algunos de sus colegas y, sobre todo, muy amado por sus fieles clientes, un arquitecto absolutamente atípico, imposible de encontrar en otra ciudad que no fuese Milano.

Hace poco el amigo Juli Capella pidió un texto sobre mi persona al gran diseñador Ingo Maurer. Ingo recordó una anécdota, de hace bastantes años, que yo había totalmente olvidado. Parece ser que en uno de los agotadores y aturdidores Salones del Mobile de Milano mantuvimos una conversación en la que yo le dije que había leído uno texto suyo en el que exponía su absoluta perplejidad ante el hecho (según él, inexplicable) de que la ciudad más burguesa del mundo (según él, Milano) hubiese podido producir el diseñador más profundamente antiburgués (según él, Castiglioni). Ingo asegura (y debe ser verdad) que yo le respondí: “Ingo tengo que aclararte que lo que pasa es que nos gusta ser burgueses”.

Luigi Caccia Dominioni ha sido repetidamente, durante decenios, tildado de burgués, y esto era un insulto muy gordo, sobre todo en los sesenta, y en Italia. No acabo de explicarme porque Caccia pueda ser considerado el colmo de lo burgués y su amigo (con cuyos hermanos Livio y Pergiacomo diseñó una espléndida cubertería que ahora produce Alessi) Achile Castiglioni, pueda ser el colmo de lo antiburgués, pero, dejando de lado esta disquisición sociológica, lo que está claro es que si él era considerado una reliquia burguesa, qué decir de Azucena, la pequeña y exquisita empresa que producía, y continua produciendo, casi todos sus diseños. Esta insólita Azucena, con la que, por fin, y a punto de dar por acabada esta charla, parece que nos acercamos al tema que la justifica.

Si el fenómeno Caccia sólo se puede dar en Milano ya que de aquella ciudad es de donde proviene, casi exclusivamente, su fiel clientela (clientela privada, se entiende, ya que apenas ha construido edificios públicos, aunque esto no es excepción en casi todos los grandes arquitectos italianos contemporáneos), sólo en Milano puede hacerse realidad la idea suicida de crear, ya en 1947 y con un grupo de amigos absolutamente alejados del tema del comercio, una productora tan al margen del mercado establecido como es Azucena. Y sólo en Milano una locura parecida puede pervivir durante más de medio siglo. Es verdad que por reflejo de Azucena nacería en nuestra ciudad: Lago, luego Gres, y más tarde B.D., pero es que Barcelona es casi tan snob como Milano, aunque, para nuestra desgracia, no tan burguesa o, mejor dicho, con una burguesía mucho menos ilustrada.

Pero aun así nuestra ciudad es lo suficientemente milanesa como para que una temeraria Marta Ventós se atreva a importar, a exponer, y a intentar vender, estas piezas, totalmente pasadas de moda, o, mejor, fuera de la moda, discretas, lógicas, elegantes, que parece que siempre han estado ahí; porqué con esta intención fueron proyectadas, con la intención, tan educada, de que no chocasen, de que no estuviesen demasiado ligadas al estilo de moda en aquel momento, de que pareciese que siempre estuvieron allí, que no habría que sustituirlas por verse anticuadas, y de que podrían dejarse en herencia sin ningún rechazo. Es absolutamente sintomático que Azucena nunca haya hecho reediciones: No ha sacado sus piezas de catálogo, lo que es muy diferente. Azucena no se apoya en la nostalgia: continúan produciendo unos objetos que les parecen lógicos y necesarios; que aportan soluciones a problemas reales.

No querría terminar esta charla sin una pincelada del nostálgico cabreo que me caracteriza. Cuando pienso en la relación que se estableció entre Azucena y Caccia, pero también entre Azucena y Gardella, o entre Flos y Castiglioni, o entre Cassina y Magistretti, no puedo impedir compararla con la situación actual. Pregunté una vez a Castiglioni qué tipo de contrato le ligaba a Flos (para la que creaba todas sus lámparas), o a Zanotta (para la que creaba todos sus muebles auxiliares), o a Alessi (para la que creaba todos sus objetos de menaje). Achile me respondió que no tenía ningún contrato de exclusiva, mejor dicho, que no tenía contrato alguno, que todo se basaba en la amistad y en la confianza y que no tenía la menor tentación de cambiar las cosas... otros tiempos.

Cuando tuve la maravillosa oportunidad de comenzar a colaborar con prestigiosas empresas italianas, a finales de los setenta, aún quedaba algo de este espíritu. Con Alessi, Driade, o el Zanotta de entonces, algo de esta confianza seguía viva. Hoy, para trabajar con nuevas empresas, y por consejo de mis colegas transalpinos, me he visto obligado a contratar a un agente que redacta los contratos y vigila su estricto cumplimiento, un genuino perro de presa, un Carmen Balcells del diseño, que me protege por un modesto 10%.

Recuerdo que el editor Christián Gallimard explicaba hace unos años que mientras su padre, el mítico Gaston Gallimard, pasaba su jornada habitual de trabajo hablando de literatura con sus autores y un día al mes con abogados, él tenía la impresión de pasarse todas las jornadas entre abogados y, máximo, un día al mes con sus autores.

En una cena en Hamburg, donde formábamos parte de un jurado de diseño, alguno de los comensales comentamos alborozados a Ron Arad que habíamos visto un magnífico videoclip de Michael Jackson donde aparecía repetidamente su famoso sillón en forma de corazón. Ron, seriamente indignado, nos dijo que, naturalmente, ya había puesto este asunto en manos de sus abogados, que iban a poner a caldo a los creadores del clip, y que esperaba sacar una buena tajada. Que cómo podía un señor comprarse un sillón y aparecer tranquilamente sentado en él sin pagar un canon.

En esto estamos; nuestro acercamiento al mundo de la moda nos ha arrastrado a estos lodos. Naturalmente hoy no hay anuncio de producto de Starck donde no aparezca su oronda persona, más o menos desvestida (ignoro si este compromiso ya se hace constar en el contrato). La lámpara o el mueble en cuestión sólo aparecen como simple complemento.

Gracias a los medios todos conocemos lo negro que va Starck, lo engañosamente desaliñado que va Ron Arad, o lo surfista que va Newson, pero si no fuese por la fotografía que Marta ha tenido a bien incluir en esta muestra no tendríamos ni idea de lo formal, lo elegantemente formal y milanés que ha ido, desde siempre, Luigi Caccia Dominioni.