Robert Venturi y Denisse Scott Brown, dos alumnos extraños.
1971
Contraportada del libro Aprendiendo de todas las cosas Tusquets Editores
En nuestra clase, habitualmente tan correcta y cada vez más aburrida, han aparecido dos niños muy extraños, Robert Venturi y Denisse Scott Brown. Se sientan juntos en un pupitre de la última fila, aunque la mayor parte del tiempo se lo pasan de cara a la pared.
Robert es aquel chico que el curso pasado redactó un trabajo que se titulaba Complexity and Contradiction in Architecture. Por este ejercicio, donde pegó muchas fotos, le dieron un aprobado justo pues, aunque Robert demostró haberse empollado la Historia de la Arquitectura, a los maestros no les gustó. Pero ahora se ha puesto a escribir cosas muy raras en las composiciones de tema libre. Habla de Las Vegas, de la arquitectura vulgar y de los más desacreditados arquitectos ecléctico-clasicistas.
Denisse, en cambio, es de las nuevas. Ha venido hace poco de una escuela aún más ortodoxa y de buen ver que la nuestra: la de Sociología. Pero Denisse se ríe de sus antiguos profesores y de la terminología que le enseñaron; en vez de decir estructura psico-socio-político-económica y cultura objeto-contenedor dice los pobres, los ricos, esto es muy caro, esto es muy barato, y ordinarieces por el estilo.
En la pared donde los primeros de clase cuelgan sus dibujos tan bonitos con megaestructuras y plataformas elevadas, ellos ponen unos garabatos con casitas como las de la calle, rótulos luminosos y una bandera norteamericana muy gorda. Y, claro, casi ningún sábado van a casa con bandas de honor ni los sacan en el álbum de final de curso.
La situación de esta pareja va de mal en peor. Ahora se han puesto a reivindicar los bloques de las ciudades periféricas, dicen que hay que aprender de todas las cosas y empiezan a meterse con los propios profesores. En la clase de Peter Smithson dijeron que ya estaban cansados de moralismos, de una historia de la arquitectura de buenos y malos chicos y de tantos discursos sobre el camino correcto a seguir. Y cuando Peter se volvió al encerado para anotar sus nombres me pareció que Denisse la sacaba la lengua. Dicen nuestros papás que los van a expulsar del colegio y que tendrán que acabar en la academia de Música y Arte Pop donde van los chicos más malos, aunque corren rumores de que allí se lo pasan pipa.
Los alumnos de la clase no les hacen caso. Los ingleses y los italianos, tan gamberros y divertidos en años anteriores, dicen que ya verán a final de curso el cate que se llevan. Pero a algunos españoles nos hacen mucha gracia, y Xavier Sust, aquel chico que nunca se enfada y que se sienta en mi banco, ha propuesto que editemos sus últimos trabajos, y este cuaderno es una selección de los mismos inédita en el mundo y el primer libro traducido al español de estos desobedientes.