Jordi Torres

2003

Para el catálogo DESIGN AND IDENTITY. Aspects of European Design.

Una de mis limitaciones recurrentes es tomarme en serio e intentar satisfacer los deseos de mis clientes. Esto también acabaría sucediéndome cuando en septiembre de 1995 el Museum of Modern Art de Lousiana me escribió comunicándome que dentro del programa de Copenhagen Capital Cultural de Europa este museo estaba organizando una exposición bajo el título DESIGN AND IDENTITY. Aspects of European Design. Una de las secciones importantes de la muestra consistía en que cuatro personalidades del diseño -en el sentido más amplio (diseñadores industriales, de moda, arquitectos, productores…)- de cada país escogiesen seis objetos que considerasen característicos por su contribución a la historia del diseño patrio. Para ello debíamos cubrir los siguientes elementos:
    Un diseño anónimo, vernacular.
    Un diseño banal, souvenir, kitsch.
    Un diseño icónico, un clásico del siglo XX.
    Tres diseños representativos de lo más innovador.
    Como siempre intenté cumplir respetuosamente el encargo como un alumno aplicado (aunque luego pude comprobar como, por ejemplo, Philippe Starck o Dieter Rams habían escogido seis objetos diseñados todos por ellos mismos) y seleccioné por el mismo orden:
    La aceituna rellena.
    El Chupa Chups.
    Las vinagreras de Marquina.
    Me quedaban por escoger los tres diseños novedosos. Había pensado en algo de Pensi, algo de Lluscá…, cuando hablándolo con Juli Capella él me convenció que los organizadores esperaban algo más innovador y desconocido. Con este criterio, y siempre con la ayuda de Juli, me informé de lo que estaban haciendo los diseñadores emergentes. Esta indagación resultó muy sugerente y me permitió entrar en contacto con diseños y creadores realmente interesantes. Aparte de la diseñadora de joyas Chelo Sastre, que era amiga mía desde hacía años, conocí a Ana Mir (de la que seleccioné un diseño de tampax en forma de dedo y que a partir de entonces trabajó conmigo durante varios años) y a Jordi Torres (del que escogí su tintero que me pareció espléndido). Me temo que con esta selección quedó al descubierto mi amor por la figuración pues, sin premeditación, me había quedado con una trenza ultrarrealista y unos testículos, no muy simplificados, de plata y con un dedo, no menos realista, de algodón absorbente.
    A partir de su tintero fui descubriendo la arrolladora personalidad, como artista y como persona, de Torres. Nos fuimos haciendo amigos y encontramos algunos puntos de íntima complicidad: uno nuestra compartida admiración por Salvador Dalí (al que Torres le hubiese encantado conocer…, pero la juventud tiene que tener alguna limitación), otra, nuestra irrefrenable tendencia a erotizar el arte (de forma más elíptica en mi caso, de forma más directa en el suyo). Por ello su protagonismo en este libro me parece absolutamente justificado.