Oriol García.
Diciembre 1998
Para el libro dedicado al artesano.
Si hay una actividad que conozco y que emplea gran cantidad de mano de obra, ésta es la construcción, y puedo demostrar que ningún sistema industrializado ha conseguido acercarse a la calidad y sobre todo a la durabilidad y la economía de mantenimiento de la edificación tradicional.
Estas cosas escribía yo en mi primer libro Mas que discutible hace ya algunos años.
Pero mi confianza y amor por las artesanías viene de mucho más atrás.
Viene de mis estudios en la Escuela de Artes y Oficios Artísticos “Llotja” de Barcelona, donde ingresé a los trece años.
Viene de mi estancia en Italia, en la Accademia di Belle Arti “Pietro Vanucci” de Perugia, a los diecinueve.
Viene de la Escuela de Arquitectura de Barcelona, donde algunos profesores, como Federico Correa para el que trabajé durante varios años, me inculcaron un sano escepticismo frente el papanatismo de la industrialización que privaba en aquellos tiempos.
Viene de mi admiración por la brillante generación de arquitectos italianos -Gardella, Albini, Rogers...- que por primera vez se atrevió a poner en cuestión los dogmáticos postulados del Movimiento Moderno.
Viene de mi interés e implicación personal en lo que vino a llamarse Arquitectura Postmodernista.
Pero sobre todo viene de la más, profunda, duradera, sincera, y garantizada fuente de conocimiento: la dilatada experiencia personal.
Viene de mis treinta años de patearme las obras, y de, más tarde, observar como envejecían.
Viene de la profunda desconfianza que he ido adquiriendo ante mágicas soluciones constructivas no suficientemente contrastadas. Aventuras tecnológicas de costes disparatados y de envejecimiento problemático, que, en el fondo, sólo adoptamos por la novedad formal, por el aire de modernidad que aportan a nuestros edificios.
Viene de subir a los andamios y de visitar los talleres. De los amigos que hice restaurando el Palau de la Música Catalana. De los que luego me ayudaron a edificar mi casa-estudio.
Uno de estos fieles amigos es, debo reconocerlo, el estucador Oriol García. Un amigo, tan amigo, y tan admirado, que ha conseguido que prologase este estupendo trabajo suyo, que va a formar parte de la imprescindible colección que con tanto mérito viene realizando la Editorial de los Oficios.
Con Oriol hemos colaborado en multitud de obras donde hemos ensayado muchos tipos de estuco: estucados labrados, estucados enlucidos, mates y finos, algunos encerados o destonificados; estucados planchados, en frío o en caliente.
También hemos realizados esgrafiados, reproduciéndolos en obras de restauración, o según diseños míos en obras nuevas.
Lo primero que me sorprendió de Oriol fue su juventud. Cuando lo conocí, yo ya había trabajado con algunos estucadores excelentes, pero todos ellos, bastante mayores (recuerdo uno en particular que acudía a la obra excelentemente trajeado con sombrero y bastón), parecían los últimos representantes de tan admirable artesanía.