Dalí y la arquitectura.

Mayo 1996

Para el catálogo de la exposición Dalí, Arquitectura en la Pedrera, Barcelona
 

En sus famosas listas de contraposiciones, el Maestro Salvador incluía siempre ésta: Por la Arquitectura contra la Música.
    Es de sobras conocido que para Dalí, mientras la primera significaba racionalidad, rigor, método y luminosidad latina; la segunda comportaba indefectiblemente arbitrariedad, romanticismo sentimentaloide y oscurantismo controeuropeo. La primera se dirigía a los más nobles atributos humanos a través del cerebro; la segunda, a los más bajos a través del estómago y otras vísceras.
    Dígase lo que se diga en la actualidad y por muchos conciertos homenaje que se organicen en su nombre, puedo atestiguar que Salvador Dalí despreciaba sinceramente la música. Los discos que se escuchaban en su casa de Port Lligat eran de lo más pintoresco y lo que más le divertía era poner una pieza clásica, a poder ser Beethoven, en un disco rayadísimo y en los pianníssimos deleitarse con el sonido de "freír sardinas".
    Beethoven, en concreto, era su enemigo preferido; para demostrar la mala persona que era este músico constataba que no había reportaje sobre cualquier tragedia donde la más terrible de las imágenes, decenas de pequeños ataúdes alineados donde yacían los niños fallecidos en el accidente, no fuese acompañada por el inicio de la Novena: ta, ta, ta, taaaah... Mao había obrado sabiamente cuando dentro de su Revolución Cultural había hecho destruir todas las grabaciones del Maestro y Stanley Kubrik había demostrado su perspicacia haciendo que la banda sonora de una película de tremenda crueldad y violencia, Clockwork Orange, se centrara en la música del malvado teutón. Durante un verano, la música de este film era lo único que se escuchaba en Port Lligat.
    Pues bien; igual de sincero e intenso que su desprecio por la Música era su amor e interés por la Arquitectura.
    Una de las razones, y no la menor, por la que Salvador me regaló con su amistad y me cargó con la responsabilidad de ser patrono vitalicio de su Fundación fue sin duda el que en aquel entonces yo fuese un joven y prometedor arquitecto. Así podía discutir conmigo, solicitarme datos -de lo viejísimo y de los novísimo-, expresarme su admiración por las nuevas tecnologías -en particular, por López Piñero-, y burlarse de mi pretendido respeto por la arquitectura moderna.
    Almorzando en Four Seasons de New York me espetó:
            -Este restaurante debe gustarte a ti.
            -Hombre, Maestro, no deja de ser una arquitectura de Mies Van der Rohe, decorada por Philip Johnson– contesté.
    Echando una resignada mirada hacia lo alto me respondió:
            -No entiendo cómo puedes pretender disfrutar comiendo sin angelotes pintados en el techo.
    Durante años, en la Fundación, hemos tenido el proyecto de organizar una exposición que ilustrase esta relación intensa y contradictoria del Maestro con la Arquitectura. La ocasión excepcional de que en Barcelona se celebre el Congreso mundial de la Unión Internacional de Arquitectos nos ha dado la oportunidad de concretar este proyecto; pero si excepcional es el acontecimiento que la engloba, aún lo es mucho más el monumento que la alberga. Gracias al patrocinio de la Caixa de Catalunya, Dalí puede colgar su obra en el edificio que seguramente él hubiese escogido entre todos los de la historia universal de la Arquitectura: La Pedrera de Gaudí.
    La pasión de Dalí por Gaudí es notoria -da pie a un importante capítulo de esta exposición-; Dalí la manifestó valientemente en los momentos de máximo descrédito del Art Nouveau, cuando Le Corbusier le preguntaba:
            -Maestro, ya que usted es un visionario, ¿cómo imagina la arquitectura del futuro?
            -Como la de Gaudí, señor Le Corbusier: blanda y peluda.
    Nuestro empeño como montadores de esta muestra se puede explicar en dos palabras. Hemos procurado que los dibujos, pinturas, objetos y maquetas de Salvador Dalí se pudiesen contemplar, no en un espacio austero, neutro y aséptico -disfrazando La Pedrera- sino en lo que queda del espacio delirante que Gaudí supo crear y que nosotros hemos procurado respetar, hacer visible y realzar con nuestra intervención. Por este motivo, se han dejado a la vista todos los elementos gaudinianos originales y se han levantado paneles que, además de permitir colgar los cuadros, coinciden con los antiguos tabiques que definían las distintas habitaciones de la mansión de los Sres. Milà.
    Como siempre en estas ocasiones, nuestra aproximación "científica" al proyecto ha sido preguntarnos constantemente qué les hubiera parecido a Antoni y Salvador.