El dibujo en el método proyectual de Federico Correa.

Enero 1995

Para el catálogo de la exposición de sus dibujos en la ETSAB

 

En la clase inaugural de aquel curso de composición arquitectónica que iba a alterar el rumbo de la vida de algunos de nosotros, Federico dio un pequeño discurso explicando cómo había proyectado enfocarlo.

Hay que hacer un esfuerzo de memoria, o de imaginación los jóvenes, para entender cómo sorprendía en 1960, en aquella escuela esclerotizada, sobre todo en los cursos de proyectos, oír hablar de Le Corbusier, de Ernesto Rogers, de los peligros del formalismo, de la belleza de la lógica y de lo reductivo de consultar en revistas o libros soluciones anteriores a problemas parecidos.

Pues bien, en aquella charla de apertura, aquel insólito dandy, con su abrigo de pelo de camello, allí en la gran aula de la Universidad Central, que llamábamos, con toda propiedad, ‘la Siberia’, nos advirtió que dibujar bien no era imprescindible para ser un gran proyectista, y añadió tan tranquilo: “Os lo puedo decir con conocimiento de causa ya que yo dibujo muy bien.”

Muy pronto pudimos comprobar que no exageraba, pues, como deseaba que pudiésemos trabajar los proyectos en perspectiva, y en el dificilísimo curso de geometría descriptiva de aquel año aún estábamos con el diédrico y nos faltaba mucho para empezar con el cónico, se fue a la pizarra y en media hora nos enseñó a construir una perspectiva, con las líneas principales ortogonales al plano del cuadro, sin contar con una planta y unos alzados previos.

Tengo tendencia a pensar que mis amigos valen más de lo que se han atrevido a realizar, que en muchas ocasiones no han expresado facetas interesantísimas de sus conocimientos o de su carácter por parecerles demasiado obvias, personales, íntimas o banales. Así ha sucedido con el libro que Correa debe a los estudiantes de cualquier disciplina de proyectación: “Método fácil para proyectar en perspectiva”.

Estoy convencido que la asignatura que vaticina con más garantía la futura calidad de un arquitecto, quizás la única que lo haga, es la geometría descriptiva. Para dibujar bien es imprescindible entender lo que se dibuja, para dibujar espacios se debe entender el espacio y, de igual forma que algo que se ha comprendido en profundidad se puede siempre explicar, un espacio imaginado y dominado se debe poder dibujar siempre. Hoy, cuando veo que en las Escuelas de Arquitectura se ha rebajado algo la exigencia en el dominio de la geometría descriptiva, y que en las otras –de delineación, interiorismo, diseño industrial– se estudia con superficialidad, resulta aún más imprescindible el panfleto de divulgación de Correa.

El método de iniciar casi cualquier proyecto dibujando en perspectiva cónica, que pude profundizar en los tres apasionantes años que permanecí como ayudante en el estudio de Correa y Milá, es absolutamente insólito; nunca más he visto a otro proyectista aplicarlo con tal intensidad y explica muchas de las virtudes, y quizás inevitablemente alguna limitación, de los proyectos de aquel equipo. Hay que tener en cuenta que era muy habitual que un espacio estudiado con gran precisión en perspectiva cónica no estuviese representado en alzados, secciones y ni siquiera en planta, por lo que el jefe de delineantes, un pilar del estudio, el impagable Cuesta, debía averiguar, conociendo la posición del plano del cuadro y los puntos de fuga, todas las dimensiones del proyecto.

Donde las perspectivas ‘correanas’ se demuestran insustituibles es en la descripción de interiores, no sólo por estar tan bien construidas, ni porque tengan el punto de vista siempre en una posición lógica para un espectador, sino también porque en la inmensa mayoría de los casos están dibujadas a color. De Federico aprendimos que no existen colores bellos o feos, ni siquiera combinaciones de efecto garantizado, sino que la belleza de una composición cromática está en función tanto de los colores empleados como de la proporción de la superficie que éstos ocupan. Por esto en su estudio raramente se compone un interior confrontando muestras de pinturas, moquetas o cortinas, sino mediante dibujos en los que estos materiales están representados a escala de forma muy realista, y lo más increíble de la cuestión es que esta representación tan ajustada se consigue mediante lápices de colores, una técnica fría y áspera que no permite pentimenti, en la que la única forma de ajustar un tono es mediante la superposición de varios colores sin que se empasten y sin torturar el papel; dificultad que explica que tan pocos artistas la hayan empleado para obras ambiciosas. Sólo en David Hockney encuentro una habilidad parecida, pero el artista inglés no pretende nunca la aproximación realista del catalán.

Naturalmente toda la ayuda que el dibujo presta a Correa en sus proyectos  arquitectónicos se apoya en su virtuosa facilidad para el mismo. Quizás esta facilidad explica que el arquitecto nunca haya valorado en demasía su vertiente pictórica, siempre subordinada a su compromiso como proyectista. Pero haber visto al Maestro representar en la perspectiva de un salón, absolutamente de memoria y con un parecido asombroso, a la pareja de clientes sentados en el sofá, comiendo, o en acaramelado cheek to cheek, justifica la más rastrera envidia.