Anna.

Diciembre 2003

RqueR Editorial

 

Al agrupar estas obras observo que mi primer dibujo de Anna es del año 1974. Ella tenía entonces veintisiete años, yo treinta y dos.

    Por aquel entonces había tenido un sueño en el que me veía, felicísimo, copiando al óleo un original de Mariano Fortuny, en el museo de la Ciutadella de Barcelona. Al despertar tome la clara determinación de recuperar el placer de la pintura, actividad que, aunque había desarrollado con pasión durante mi primera juventud –desde lo trece hasta los diecinueve años había asistido de lunes a viernes, sin falta, a la Escola d’Arts i Oficis en Llotja, y el sábado, a las sesiones de dibujo de desnudo en el Cercle Artístic de Sant Lluch–, había abandonado al concentrarme en mis estudios de arquitectura; estudios que aunque en un principio fueron una concesión al deseo de mis padres de que obtuviese una formación menos aventurada y un título serio, fueron atrapándome por completo. Nunca dejé de dibujar o pintar pero desde hacía quince años sólo lo hacía en referencia a la arquitectura. O sea que, a resultas de aquel sueño y aprovechando que en aquella época Lluís Clotet y yo teníamos muy pocos encargos, volví a pintar; bueno, al principio volví sólo a dibujar, que es lo que me habían enseñado, ya que hasta entonces había pintado poquísimo al óleo.

    Mis primeros dibujos de Anna –mi preferida y casi única modelo– son bastante grandes pero mis primeros y titubeantes óleos son diminutos, porque era absolutamente consciente de que así los dominaría con más facilidad. En realidad se puede decir que aprendí a pintar con Anna y que este conjunto de obras narra, a la vez, la historia de un amor y de un aprendizaje.

    En 1977 Anna sufrió la primera operación par extirparle un tumor cerebral. Los seis dibujos que narran aquella experiencia –los profundísimos e inexplicables sopores previos; la estancia en la Unidad de Cuidados Intensivos tras la intervención, sobre la cama, totalmente desnuda, pero conectada a multitud de cables y conductos; la recuperación en el hospital; la convalecencia con un ojo tapado para corregir su doble visión; la paciente recuperación– no han sido nunca expuestos o publicados. Tras veintiséis años sólo el decidido consejo de una persona muy amada me ha decidido a hacerlos públicos.

    A esta primera operación siguieron otras, en nuestro país y en América, pero ya no tuve el valor y el entusiasmo suficiente para documentarlas. Sin embargo, sí seguí pintando insistentemente a Anna. Algunos de mis dibujos y pinturas preferidos son de aquellos años: son obras más reposadas, más serenas, seguramente más tristes; de un exasperado erotismo, algunas; de un desesperado amor, todas.