Gauche Divine
Mario Vargas Llosa. Escritor. Arequipa, Perú, 1936
En la década de los setenta, viví unos cinco años en Barcelona, época que recuerdo siempre con nostalgia y cariño. Allí leí, aprendí, escribí mucho, conocí a innumerables personas interesantes e hice amistades que resultaron indestructibles. Lo único que no hice en esos años fue compartir los ritos, excesos y poses de lo que -—con envidia, odio, celos, admiración y reprobación— se conocía entonces como la gauche divine. ¿Quiénes la conformaban? Una difusa maraña de escritores, pintores, arquitectos, editores, cantantes, cineastas, publicistas, fotógrafos, y conspiradores varios generalmente de alto nivel social. ¿Qué hacían? Varias revoluciones al mismo tiempo, incompatibles entre sí: el socialismo, la anarquía, el desarreglo de todos los sentidos, el experimento formal, la revolución cultural, el libertinaje y el éxito. / Para mí, la gauche divine se encarnaba en Oscar. Aunque no lo veía, cuando lo veía yo lo pasaba muy bien. Su enorme cabellera desconcertaba a las señoras y sus mocasines mohicanos y la infaltable maricona en la cintura congeniaban bien con el desenfado de sus opiniones, su frenesí, sus humos y su espíritu de contradicción. Hacía el payaso en las noches pero en el día trabajaba como un burro. Según nuestro común amigo, Ricardo Muñoz Suay, ver bailar a Oscar era un espectáculo fuera de serie, que tenía algo de aquelarre, danza sioux y trance místico. Yo nunca lo vi, pues la única noche que fui al Bocaccio, uno de los cuarteles de la gauche divine, él no estaba allí. / Aunque había mucho de frivolidad, de juego peligroso de niños bien, en la gauche divine, detrás de sus disfuerzos y desplantes, latía un anhelo generoso. El de un mundo distinto y mejor, más libre por supuesto que aquel que se vivía bajo la dictadura, pero también más culto, más espontáneo, con menos prejuicios y estupidez, sin orejeras y sin burócratas, en el que la justicia no estuviera reñida con la estridencia, la disidencia, la fantasía, y donde las excepciones fueran tan importantes como las reglas, en todos los campos: el arte, la economía, la política, la moral. / De todos los amigos de entonces que, de algún modo, estuvieron dentro, o cerca, de la gauche divine, Oscar, ahora tan trabajador, tan exitoso en su profesión, tan formal, sigue encarnando para mí aquel lejano espíritu, debilitado o extinto en casi todos los demás. De una manera que es imposible no admirar, ha conseguido hacer de su vida y de su obra una alianza de contrarios integrado y disidente, tradicionalista y rupturista, y, siempre, inesperado, elegante, innovador y sobre todo libre. / Es uno de los pocos que envejece bien.