Barcelona

Guillermo Cabrera Infante. Escritor. Gibara, Oriente, Cuba, 1929

 

Oscar (Tusquets: ¿es que hay otro?) es a Barcelona lo que Barcelona es a Oscar. No hay otro artista catalán (o barcelonés, es lo mismo) que sea tanto, para mí, como es Barcelona —con la posible excepción de Gaudí, al que Oscar idolatra. Es decir, lo hace un ídolo que amar, venerar, reverenciar. Inclusive ha puesto a una de sus obras maestras del mobiliario el nombre de gaulino, que él escribe, por supuesto, con G mayúscula. No sé si Oscar ama más a Barcelona que a la arquitectura —que él también escribe con A mayúscula. Oscar es además un pintor extraordinario, pero no es de su pintura que quiero hablar ahora. (Tal vez tampoco hablaría de arquitectura.) / Quiero hablar de la relación que tiene Oscar con Barcelona, no sólo con su arquitectura sino con la ciudad, que todos aman hasta el delirio. (Con la posible excepción de Eduardo Mendoza, quien, por otra parte, tiene a Barcelona como genius loci de sus novelas.) Barcelona, antes, siempre miraba hacia Europa. Ahora se mira a sí misma. Con el ojo siempre intruso del turista que no soy —detesto, que viene de texto, ser turista— al ver la ciudad siempre me convierto en un mirón que ve pasar la ciudad no bella y distante sino tal vez hecha íntima por el viaje. / Para Oscar (que ha restaurado y diseñado edificios y casas en Barcelona) vivir en Barcelona no es habitarla sino, precisamente, vivirla. (Dije que iba a hablar de Oscar y Barcelona y heme aquí que solamente escribo —aunque para mí escribir es hablar— y viceversa, palabra que en español sugiere el verso pero que en inglés empieza con un vicio: el vicio de la viceversa.) Para Oscar Barcelona. (Y ahora descubro que no describo sino escribo digresiones, que es algo menos que una virtud y mucho más que un vicio —aunque Laurence Sterne, maestro de muchos y aprendiz de todos, llama a la digresión el sol de la conversación— es decir de la escritura.) / Lo que me hace recordar el sol de Barcelona —que no vi la primera vez que la visité a fines de diciembre de 1964. Pero luego siempre brilla el sol en las joyas de su arquitectura. Como viajaba desde Bruselas esa primera vez vi “sólo lluvia, como si el cielo llorara”. (¡Ah! La poesía de las canciones, que es inmarcesible.) / Vine a hablar, a escribir sobre Oscar a quien caracteriza muy bien un cuento (mis amigos siempre llaman a mis cuentos, anécdotas) que cuento a menudo. Fuimos a cenar Victoria, Miriam Gómez y yo (y por supuesto Oscar) a casa de una maestra culinaria, famosa por sus libros de cocina, especialmente, de cocina mediterránea. Se trataba de una ocasión que resultaría memorable, no por el éxito de una demostración que fue un fiasco, sino porque la Gran Cocinera (o escritora de libros de cocina) sirvió unos spaghetti marineros.* El experimento, como casi todo lo que va al mar regresa en el fracaso del naufragio, falló miserablemente. (Para nosotros.) Pero Oscar salvó la situación y en su mejor inglés (con el acento debido) pidió pan. No había pan (y casi pensé en María Antonieta: “que coman brioches”) y Oscar como un trueno exclamó (o hizo algo más que exclamar) al decir en voz alta, Zeus Vengador: “Pero señora, ¿usted no sabe que la comida mediterránea sin pan no es comida?”.
* Pelillos a la Marx, que inventó el espagueti con bicarbonato —que curan la indigestión que producen.

Con Guillermo Cabrera Infante en su apartamento. Londres, 2002