Apenas acabada la carrera –yo terminando el servicio militar en Lleida– nos llegó la oportunidad de un proyecto de media manzana de vivienda económica en Hospitalet. Las limitaciones económicas eran extremas, debían ser viviendas de renta limitada. Al acogerse a la Vivienda Oficial Protegida, además del permiso del Ayuntamiento de Hospitalet, debíamos obtener el del Ministerio de la Vivienda. En el primero no tuvimos problema alguno, pero en el segundo encallamos. Fuimos a ver al burócrata que nos había denegado el permiso, que no creíamos que fuera ni siquiera arquitecto. Mientras discutíamos con él nos fuimos dando cuenta de que nos lo denegaba por su originalidad, no porque quebrantase ninguna ordenanza de habitabilidad, ya que las cumplía todas. Nuestro empeño de agrupar los patios y el acceso en un digno vestíbulo, una escalera y un solo núcleo de ascensores creaba una planta insólita y muy interesante. Ante la cerrazón del individuo, preguntamos si no había un técnico de mayor responsabilidad por encima suyo. Reticente, nos acabó diciendo que “bueno, si queréis consultar al arquitecto jefe del departamento…” Accedimos y allí nos fuimos. Explicamos al arquitecto jefe las razones que nos habían llevado a resolver el proyecto con una planta tan inusual. Él nos escuchó, nos entendió y nos concedió el permiso. Aún ahora, nos preguntamos cómo dos pipiolos recién graduados nos atrevimos a tal desafío. Teníamos el descaro de la juventud.