El posible interés de este proyecto residía en cómo respondía a dos solicitaciones muy delicadas y controvertidas.

La primera se refería a nuestra colaboración, como proyectistas, para Núñez y Navarro, una promotora que no habiendo apenas necesitado arquitectos con anterioridad había alcanzado una posición líder en nuestra ciudad. Nuestras dotes de persuasión, nuestro entusiasmo y también nuestra capacidad de diálogo debían reconducir un modo de hacer que se había demostrado absolutamente exitoso desde el punto de vista comercial.

La segunda atañía al cumplimiento de las estrictas ordenanzas de protección del Eixample. El emplazamiento entraba en el área de protección total y el programa exigía la construcción de oficinas. Los promotores dudaban de la viabilidad de edificar unas oficinas modernas y eficientes cuando de entrada se prohibía radicalmente la fachada en muro cortina.

Las ordenanzas de protección del Eixample estaban siendo muy cuestionadas por voces autorizadas, pero nosotros creíamos viable levantar un edificio tecnológicamente impecable, que expresase su uso sin disfrazarse de edificio de viviendas, y que no solo cumpliese los requerimientos legales, sino que verdaderamente se integrase con dignidad en aquel entorno excepcional.

Una parte histórica de la ciudad. Unas ordenanzas estrictas que pretendían conservar su carácter. Una edificación contigua de gran dignidad. Un solar estrecho donde todo era fachada. El Arc de Triomf de la Exposición Universal de 1888 al frente. Un promotor exitoso que casi nunca había trabajado con arquitectos externos... El edificio intentó dar una respuesta respetuosa a todos estos condicionantes.