Proyectar un edificio que englobase el restaurante de la Exposición Universal de 1929 –edificación de relativo interés, de la que sólo se conservaba la deteriorada fachada– y hacerlo cuando la edificación añadida debía ser mucho mayor que la antigua no era fácil. Para otorgar a la vieja fachada un mínimo de dignidad, el nuevo edificio se escalona hacia atrás formando amplias terrazas frente a las habitaciones y cediendo todo el protagonismo a la vieja edificación. Por el mismo motivo, la ampliación se estuca en un verde camuflaje. 

La primigenia manera de acceder al edificio era a través de los jardines Miramar, colocados frente a la antigua fachada. Actualmente estos jardines están peatonalizados y, como consecuencia, el acceso rodado al Hotel se realiza por la nueva fachada posterior.

El interior se desarrolla en torno al atrio central, un vestíbulo monumental a toda altura, que engloba la gran escalera y que se convierte en el corazón del hotel. En un edificio público de tres plantas se agradece una escalera digna que se pueda utilizar con comodidad, frecuencia y cierto placer estético.