VIVIR NO ES TAN DIVERTIDO, Y ENVEJECER, UN COÑAZO

Anagrama, 2021

Oscar Tusquets estaba escribiendo un libro sobre envejecer y morir cuando estalló la pandemia y no pudo resistir la tentación de incluir ahí algunas de sus reflexiones, siempre perspicaces y políticamente incorrectas, sobre la obsesión por prohibir de los gobiernos, sobre el atentado estético de las mascarillas, contra las teorías conspirativas de quienes pretenden que el virus se creó en un laboratorio o contra los apocalípticos o buenistas discursos ecologistas.
    Tras llegar a la conclusión de que de la pandemia saldremos más tontos, volvemos al tema del libro: “el panfleto riguroso pero desenfadado de un superviviente a punto de cumplir los ochenta”. Un superviviente que se lanza a un ágil recorrido autobiográfico al ritmo de “me acuerdo de…” –como en el I remember de Joe Brainard y el Je me souviens de Perec–, por el que asoma desde una Barcelona ya desaparecida hasta el primer encuentro con Dalí, con Amanda Lear de fondo, pasando por un temprano viaje a Italia lleno de peripecias o evocaciones del mundillo de los arquitectos barceloneses.
Siguen agudas y no siempre cómodas reflexiones sobre el envejecimiento, sobre sus renuncias (los sentidos que van fallando, el declinar del sexo, los amigos que se van…) y el necesario aprender a morir, con cavilaciones sobre la eutanasia o el macabro negocio del cáncer en las clínicas privadas de Estados Unidos.
    Sin embargo, como no podía ser de otro modo en un vitalista nato como Tusquets, el libro termina con una ovación a la vida: «Mientras nos quede algo de tiempo y un mínimo de salud, no renunciemos al placer de conversar con un sabio, a la belleza de personas y obras, a risas con amigos, a acariciar a un perro, a la sombra de una pérgola emparrada, a un sorbo de Chateau d’Yquem, una lonja de Joselito, un melocotón de viña… a surcar nuestro mar a vela.»