Reflexiones de un arquitecto de cabecera.
Hospital Sant Pau, Barcelona 2005
Seguramente, lo que sucede es que tengo poca confianza en la universalidad de mi lenguaje arquitectónico. Por esto, ante cada obra, ante cada nuevo problema, ante cada nuevo paciente, escucho el entorno, el clima, la orientación, las preexistencias ambientales, la arquitectura circundante, el paisaje... Escucho al cliente o al usuario, sus necesidades, sus deseos conscientes, sus sueños no verbalizados... Tengo la esperanza que de todo esto obtenga la inspiración que me falta ante un problema abstracto. Así cada una de mis obras, sólo se explica en aquel contexto y para aquella necesidad, fuera de allí no tiene sentido.
Por el mismo motivo, esta charla va a tener muy poco que ver con las que he dado en otras ocasiones ya que está específicamente pensada para este auditorio, o sea es una charla proyectada para médicos.
Me gusta hablar con médicos. En este mundo virtual del marketing, y de la política como marketing, las únicas materias que me interesan al hojear un periódico son las objetivables, o sea las deportivas y las científicas.
Mi padre fue médico; cirujano y radiólogo. Un hombre razonable y racional. Quizás por esto me gusta hablar con médicos.
Creo que médicos y arquitectos tenemos mucho en común, mucho más de lo que el común de la gente piensa y, desde luego, mucho más de lo que los malos médicos y los malos arquitectos pueden imaginar.
Desde luego, ustedes son el brujo de la tribu, en sus manos están la vida y el dolor de sus pacientes y esto provoca justificadísimo temor y respeto. Nosotros trabajamos en el campo de lo estético, de lo opinable por cualquier persona que se considere de buen gusto. Un eminente ingeniero dijo en una ocasión que el arquitecto era un individuo no suficientemente afeminado para ser decorador ni suficientemente macho para ser ingeniero. Y algo de esto hay, desde luego. Quizás los ingenieros no inspiren tanto temor ni tengan tanta autoridad como ustedes pero desde luego se hacen respetar mucho más que nosotros.
Sin embargo, estoy convencido de que los buenos arquitectos merecemos el mismo respeto profesional que merecen los buenos médicos y esta convicción no ha dejado de provocarme serios altercados con mis clientes, con las autoridades e, incluso, con algunos arquitectos (que me niego a calificar de colegas).Veamos alguno de los paralelismos que insisto en resaltar entre ambas profesiones:
Primero; Tanto ustedes como nosotros jugamos con la vida y con la salud mental y física de las personas que confían en nosotros. Por ello, cuando muchos conocidos me felicitan al enterarse de que se me ha encargado un proyecto de gran responsabilidad y riesgo -aunque mi mujer considera que lo hacen con intención de halagarme- yo siempre contesto lo mismo: “Felicitarme al final, felicitarme si consigo salir airoso de la tremenda prueba. Felicitarme ahora es como si felicitaseis a un doctor porque ha caído en sus manos un paciente con un caso desesperado de cáncer”.
Segundo; Muchos políticos, clientes institucionales y corporaciones multinacionales (donde acostumbran a mandar lo norteamericanos) pretenden que otros profesionales que no son de nuestra confianza intervengan y controlen nuestro trabajo. Desde luego nuestra profesión exige el trabajo de equipo, estoy encantado de colaborar con grandes especialitas, especialistas que saben mucho más que yo de sus respectivas ramas. Sin embargo el equipo ha de estar a favor del proyecto, no en contra para apuntarse un tanto ante el cliente. Cuando se me pretenden imponer estas falsas colaboraciones les respondo: “Una persona puede tener muchas dudas al elegir al médico en el que depositar su confianza. Puede realizar múltiples consultas y entrevistas, puede revisar curriculums..., pero, una vez realizada la elección, uno tiene que depositar forzosamente su confianza en el profesional elegido. No podemos imponerle unas manos extrañas al tomar el bisturí ni imponerle un anestesista”. Al hablar de estas cosas me viene a la memoria el caso de un célebre cirujano francés al que hace años se le murió inexplicablemente un paciente en la mesa de operaciones.
Y tercero; Médicos y arquitectos somos carne de cañón para las grandes oficinas de abogados. Cada año un porcentaje mayor de nuestros ingresos se dedica a satisfacer las primas de las aseguradoras y no podemos ocultar nuestra impotencia ante este asalto creciente. Este despropósito lo hemos importado directamente de Estados Unidos; ya decía Morita, el creador de Sony, que la mayor rémora para el progreso de aquel país era la sobreabundancia de abogados... Yo, habiendo edificado bastantes metros cuadrados a lo largo de mi vida, no he escapado de alguno de procesos. En estos casos, lo que más me ha escandalizado es la facilidad con que la parte demandante ha encontrado un arquitecto dispuesto a cargar todas las culpas de ciertas patologías (patologías en construcción, ven como estamos muy cercanos) a los arquitectos responsables del proyecto. Existe un siniestro personaje, catedrático de Construcción en la Escuela de Barcelona, aunque no se le conoce ninguna construcción notable, dedicado casi en exclusiva, a redactar informes difamatorios al servicio del mayor bufete de abogados de la ciudad. Naturalmente, su posición académica siempre predispone a los jueces, por lo que el individuo justifica sobradamente sus honorarios. Hace ya muchos años, en la clase de Arquitectura Legal de la Escuela de Barcelona se nos concienciaba de que, siendo un edificio un organismo tan complejo, nos lo pensásemos tres veces antes de responsabilizar alegremente a un compañero. Desde luego, una persona es un organismo aún muchísimo más complejo, quizás por ello los arquitectos admirábamos que los médicos no se lo pensasen tres veces sino veinte antes de cargar las culpas a un colega.
Me estoy dando cuenta de que en esta comparación entre nuestras profesiones quizás estoy idealizando demasiado la suya; quizás sólo una minoría privilegiada entre ustedes tiene tanta libertad, tanto poder frente a las instituciones y a los pacientes. A lo peor la mayoría de ustedes no está dedicándose al campo que hubiese preferido, también se ve presionada para trabajar junto colaboradores en los que no confía, sufre dictámenes irresponsables de otros médicos, ya no inspira el respeto de antaño frente a los pacientes..., sé que cada vez son más frecuentes las agresiones físicas sufridas a manos de pacientes y sus familias.
Una cuestión que desearía poner sobre la mesa es la progresiva desaparición del médico de cabecera. Yo me considero un arquitecto de cabecera. Cuando un particular o una institución me carga con la responsabilidad de un proyecto me lo tomo como si se tratase de un paciente, y considero que a este paciente alguien le tiene que escuchar, auscultar, orientar entre la maraña de especialistas que sin duda cada vez saben más de menos cosas, y estoy convencido de que mi trabajo tiene un sentido, que el arquitecto y el médico de cabecera son imprescindibles y que su desaparición tiene pésimas consecuencias para edificios y pacientes.
Anécdota de Pascual Fariñas.
Pero me parece que ustedes, aparte de escuchar unas meditaciones más o menos morales, están esperando ver algo de Arquitectura. Pues sí, traigo las imágenes de un paciente al que he tratado a lo largo de más veinte años, un paciente delicadísimo, muy bello, muy anciano, tiene ya casi cien años: el Palau de la Música de Barcelona. Siguiendo las imagines voy a intentar justificar tanto los diagnósticos como los tratamientos que, junto con mi equipo, he aplicado a lo largo de tantos años. No se me ocurre otro edificio que refleje mejor lo que he intentado transmitirles hasta ahora.
Oscar Tusquets Blanca
Noviembre 2005