Agradecimiento por la Palme de Chevalier de l’Ordre des Arts et de Lettres.

Consulado de Francia, Barcelona 1995

 

 

Sr. Cónsul, estimados amigos,

Si la distinción que hoy se me otorga se considera un reconocimiento a mi aportación a la cultura de Francia, resulta absolutamente desproporcionada. Mis realizaciones en vuestro país, que tan bien ha glosado el Sr. Cónsul, han sido muy limitadas; apenas dos obras de arquitectura, algún diseño, varias conferencias y alguna exposición.

    Sólo puedo entender este desmedido honor si se ha tenido en cuenta, no tanto mi contribución a la cultura francesa, como el enorme peso que esta cultura ha tenido en mi formación artística.

    Como muchos catalanes de mi generación, he mantenido una relación, intensa y apasionada, aunque también contradictoria, con lo francés. Si, por un lado, muchas veces me enerváis, por otro, debo reconocer que si no os hubiese conocido hoy sería otra persona, con toda seguridad, mucho más ingenua, sencilla y aburrida.

    Mis primeras escapadas al extranjero, desde una gris España de postguerra, fueron a vuestro país y algo del deslumbramiento de aquellas visitas adolescentes aún permanece en mí.

    Hoy no sería el mismo si, en su momento, no me hubiese aprendido de memoria las canciones de Brassens, de Becaud, de Juliette Greco o si no hubiese podido ver en persona a la Piaf en el Olimpia. No sería el mismo si no me hubiesen aturdido, de muy joven, las stripteaseuses de Bernardin en el Crazy Horse; si no hubiese leído con aplicación a Sartre y a Simone, aunque ya entonces sospechaba que mi amigo iba a resultar Camus; si no hubiese descubierto el Paris-Hollywood, pero también el Nouvelle Observateur, L'Express o Cahiers du Cinema, la Nouvelle Vague, el vanguardismo irritante de Godard y la ternura de Truffau; sin las películas francesas de Buñuel, sin Brigitte, sin Domenique Sanda o sin Phanie Ardant.

    Sin el surrealismo, sin Hans Bellmer o sin Balthus, sin Brassaï o sin Cartier Breson, sin Chanel, Dior o Saint Laurent, sin Eileen Gray, sin Pierre Chareau o sin Philip Stark.

    Sin estos españoles cuya obra sólo se explica inmersa en el caldo de cultivo francés: Picasso, Balenciaga, o mi querido Salvador Dalí.

    Y por último, no sería el mismo, y sobre todo no habría vivido con igual placer si no hubiese podido disfrutar en Blanc, en Guerard, en Robuchon o en Ducasse; pero también en tantos bistrots y routiers memorables; si no hubiese intimado con un Chiroubles, un Sancerre, un Romanée Contí, un Chateu d'Yquem o un Cristal Roederer.

    Pour tout ça, et pour la medaille, je vous remercie.