Arquitectura y pintura.

ON Diseño, n° 230, Barcelona. Marzo 2002

 

¿Por qué insisto en pintar habiendo estudiado arquitectura, habiéndola proyectado y construido, habiendo creado un estudio seriamente profesionalizado? Porque constituye para mí una excelente terapia.

Cuando comienzo el proyecto de un cuadro (yo nunca me siento delante de una tela en blanco, en esto soy aún muy arquitecto; antes de comenzar un cuadro debo tenerlo en mi cabeza, tengo que haber elegido un tamaño acorde con la idea, tengo que haber entonado un fondo acorde con la luminosidad y el colorido...) me siento absolutamente responsable, absolutamente libre.

Esta libertad me abruma, acostumbrado como estoy al círculo de circunstancias que mediatizan mi arquitectura (objetivos confesables e inconfesables del promotor, aberrantes ordenanzas urbanísticas, supuestas leyes del mercado, supuesto conocimiento de los deseos del comprador, draconianas normativas de incendios, de aislamiento, de accesibilidad, de higiene...), obstáculos interminables que me tientan a justificar la falta de ambición de mis propuestas. Pero, a la vez, esta libertad que siento como pintor (pintor dominguero, sin galería, que no expone, que no vende, que está total y convincentemente demodé) me resulta absolutamente sanadora.