V EDICIÓN PREMIO DÉCADA 2004
(Obras finalizadas en 1994)
Jurado: Jorge Silvetti

Obra ganadora: Rehabilitación del banco perimetral y la sala Hipóstila del Parc Güell
Arquitectos: Elías Torres y Martínez Lapeña

 

ACTA DEL JURADO:
"Al considerar las obras seleccionadas para competir en el quinto Premio Década, correspondiente al año 2004, y en comparación con el corpus con el que se trabajó en los cuatro años precedentes, se destacan ciertas notables particularidades que distinguirán el presente premio de los otros y que resultan indudablemente de las peculiares condiciones “post-mortem” 1992 en Barcelona.

No está ya presente ninguna de las grandes obras de infraestructura urbana de transporte, de paisajismo, de construcciones deportivas y culturales, como tampoco las grandes operaciones de servicio turístico y de esparcimiento que marcaron los años de transformación de la ciudad alrededor, pero no exclusivamente, de los Juegos Olímpicos del 92. Con la distancia de una década, sabiendo lo que precedió al 94 y lo que vino después, este año que nos toca observar hoy se nos presenta casi como hiato, como un descanso, y como bosquejo de un preámbulo a la acción que definiría las grandes obras urbanas que se comenzaron a concebir en esos años y de las cuales empezamos hoy a ver ya sus resultados. La arquitectura tiene tiempos largos, y por eso sus “entreactos”, a veces, nos pueden parecer a simple vista improductivos. Es el gran mérito del Premio Década, y no sólo el de sus características más conocidas y contenidas en su definición propia (es decir, el considerar obras ya “probadas” por el tiempo, el de restringirlas a un área geográfica limitada para que el jurado tenga la posibilidad de visitarlas y juzgarlas in-situ, y que considera indispensable), sino también el de otras implícitas y que han sido verdaderamente claras y definitorias en esta rueda del Década 2004 al ser activadas por las peculiaridades anteriormente nombradas.

"Me refiero primero a la relación especial que el Premio Década establece entre el jurado y la obra, despojando a esta última de toda la adjetivación, la polémica o el silencio que envuelven a la obra flamante; en segundo lugar, protegiendo al jurado de todas esas cargas ideológicas que trae la crítica tanto académica como popular al edificio recién nacido, y todo esto, al ocurrir diez años después, también aísla de manera aséptica tanto a la obra como al jurado de las contaminaciones de la moda y las tendencias presentes, del constante escrutinio mediático y de la absurda obligación implícita en muchos premios de hoy de suponer y pontificar que en una obra nueva y de mérito se encuentran indudablemente las semillas del futuro de la arquitectura y tal vez de la humanidad. Con gran alivio, y por primera vez en mi vida de Jurado, siento que el Premio Década me ha liberado de las cargas y el frenesí que imponen la moda y la grandilocuencia.

Así, en este contexto y al ver las obras pre-seleccionadas, noto que son todas ellas de escala modesta, de ambiciones claramente definidas, cuyos autores se acercan a su tarea con toda la plétora de instrumentos necesarios para resolver un problema, que también entienden y que no rehúyen. No son obras que intentan establecer nuevos paradigmas, son obras en las que se utiliza la imaginación para resolver problemas arquitectónicos urbanísticos muy bien planteados y muy claros en sus demandas.

Así, en una lista notable de 13 candidatos, en la que dominan los trabajos de remodelación, ampliación y/o restauración sobre los de construcciones nuevas, y una vez más alentado por la generosidad y justeza del Premio Década, que en su mandamiento número 3 nos dice que:

“Toda obra de construcción puede ser arquitectura. Los DÉCADA no hacen distinción entre obras de interiores, edificios, restauraciones y espacios urbanos”.

Así, me he sentido muy tranquilo al juzgar los méritos de cada una y compararlos, lo cual no quiere decir que haya sido fácil ya que todas despliegan algún valor meritorio.

Sin embargo, en las visitas a las obras de restauración histórica exclusiva, sus méritos se destacaron por encima de los otros y sin duda alguna, a mi juicio: por su seriedad, por la responsabilidad tan bien asumida que significaba el intervenir en edificios históricos de tremendo valor para el patrimonio artístico de la ciudad y del mundo, por la gran competencia técnica y cultural de sus autores, y por la lección real y concreta que dejan en este campo tan importante, tan difícil y tan batallado por los extremos, tanto de los preservacionistas como de los intervencionistas. Son también las únicas que en verdad, y paradójicamente diría, aportan algo nuevo a nuestro conocimiento de la arquitectura, si bien en estos casos no es a nivel de invención formal (un poco sobrevalorado últimamente, de paso digo) sino técnico, científico, y humanístico.

Tal vez sorprenda esta decisión de detenernos en trabajos de este tipo, cuando todo lo que aparentemente nos atrae y vale la pena en arquitectura hoy día es lo novedoso, lo inexplicable, lo inédito, lo vistoso. Pero repito, el premio Década nos da una oportunidad única de ver y palpar claramente qué cosa es la que nos dejan de positivo los edificios, no sólo como valores en sí mismos, sino también como contribuidoras al avance de la arquitectura en general. Y en esto, repito con otras palabras, estas obras dan más a la arquitectura por dar menos en el sentido de creatividad convencional.

Sin ninguna duda, éstas son obras de arquitectos para arquitectos, y el público en general no sentirá el mismo interés por ellas que nosotros sentimos. Al mismo tiempo, y muy silenciosamente, es sólo el público el que recibe el beneficio real de las restauraciones presentes.

Y entonces digo, dentro del cuadro adonde debo escoger un ganador, las obras que más nos dejan son aquellas que con respeto, profesionalismo y gran nivel técnico, imaginación y astucia logran revivir tesoros artísticos urbanos que por inusados, por condenados o por deteriorados no nos daban ya toda la riqueza de la que eran capaces y para la que fueron creados.

Así, los trabajos de las Salas de Lectura de la Biblioteca Nacional de Cataluña, el Palau Güell, y el Parque Güell son tres proyectos que habría que destacar en este muy decoroso y medido año 1994. Y al afinar la mirada notamos entre ellos grandes diferencias de comisión, de problemas a resolver, y de resultados.

Como al final hay que elegir sólo uno (el único requisito del premio que, no por necesario y justo es bienvenido, ya que yo me quedaría muy contento aquí) he optado entonces por radicalizar un poco más mi pensamiento y en buscar algún criterio que pueda elevar en mi pensamiento uno de los tres por encima de todos los demás.

En ese orden de cosas, pienso que la RESTAURACIÓN DEL BANCO PERIMETRAL Y DE LA SALA HIPÓSTILA DEL PARQUE GÜELL representa el extremo más interesante de restauración, donde se conjugan de manera inédita, y hasta sorpresiva diría yo, los talentos del diseñador con la dificultad, y hasta en algunos momentos las antipáticas demandas de esta obra. Y es un extremo verdadero entre los tres considerados: es el más austero en resultados, el menos “intervencionista”, el más puritano.

Y aquí es cuando la personalización del trabajo resulta indispensable. Y entonces digo:

Que arquitectos de la talla de Martínez Lapeña y Torres, cuyas energías creativas nos conmueven al verlas reflejadas en cada una de sus obras, con una originalidad tanto formal, estilística como operativa, que demuestran en su larga obra una incansable búsqueda por la transformación inventiva del ambiente existente, y de los cuales nos hemos acostumbrado a esperar lo inesperado, que ellos se hayan impuesto la disciplina de mirar a Gaudí, no ya como inspiración sino como modelo, para curarlo y volverlo a su mejor momento, que hayan puesto todas sus energías creativas y conocimientos para entender, descubrir, imaginar, probar e inventar una intervención minuciosa, difícil y compleja que devolviera la vida a un sector importante del Parque Güell y que el hacerlo a costa de tremendos sacrificios intelectuales y tentaciones artísticas, implicara entonces su propia desaparición como autores, todo eso y en vista del indiscutible éxito de la empresa, me parecen encomiables, destacables y dignos del Premio Década.

Mas aún, creo que por todo eso, el que arquitectos como Martínez Lapeña y Torres hayan encarado y realizado tan exitosamente esta obra, hace que debamos no sólo considerarla digna del Premio Década, sino también digna de ser ejemplo –si bien la idea moralista de ejemplo, en general, a mí no me gusta promoverla. Pero es que en este caso, y nuevamente repito, en el que parte del premio está basado en quiénes son los arquitectos y lo que hacen normalmente, pienso que tiene valor ejemplar el mostrar cuánto puede dar a un arquitecto comprometido con su tiempo, con su arte y con sus problemas contemporáneos, el mirar a la arquitectura en su totalidad, en su historia, en su territorio, y el dedicarle sus atenciones, no ya para promover una agenda personal de investigación, sino como generosa contribución al mejoramiento de la salud general de nuestro métier.
A riesgo de sonar sentimental, no puedo dejar de notar que en el momento de análisis de esta obra, al acercarnos a la evidencia física de esta restauración, en cada uno de los pequeños actos cuya suma total define este trabajo de restauración del parque Güell, (y literalmente son miles, ya que hablamos a veces de un trabajo de reconocimiento y/o reproducción de un fragmento de azulejo) se nota un acto de amor que, en una profesión muy caracterizada por la vanidad, es también algo para celebrar y premiar.

Por tanto, concedo a JOSÉ ANTONIO MARTÍNEZ LAPEÑA Y ELÍAS TORRES el PREMIO DÉCADA 2004 y, dentro de la autoridad que me ha sido otorgada en esta ocasión, quisiera hacer mención de otros dos trabajos: las Salas de lectura de la Biblioteca Nacional de Cataluña, de Joan Rodón, por la calidad excepcional del ambiente para el trabajo intelectual y de investigación creados por la clarísima intervención contemporánea con los espacios góticos majestuosos y mágicos del antiguo Hospital de la Santa Creu, y los trabajos de Restauración del Palau Güell, llevados a cabo por Antoni González Moreno-Navarro y Pau Carbó, de los cuales lamentablemente es difícil en las presentes condiciones de continuo trabajo de restauración separar lo hecho de lo por hacer, y al que, basado en lo ya obtenido, se le puede augurar un éxito sin par.
Queda todo dicho de mi parte."


Jorge Silvetti
Barcelona, 28 de mayo de 2004

Arriba la obra ganadora. Abajo, Oscar Tusquets Blanca junto Jorge Silvetti visitando las obras seleccionadas. Entrega del premio en el Pabellón Mies van der Rohe.