Eduardo Mendoza


MOMENTOS DE BELLEZA SERENA


 

Introducción del catálogo de la exposición Momentos, 2009

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Versión traducida al inglés (Descargar)

 

Nunca es fácil hablar en conjunto de unos cuadros que, por definición, reclaman ser vistos y juzgados individualmente, pero es una dificultad que hay que aceptar cuando estos cuadros se presentan formando un conjunto y corresponden a una etapa de la trayectoria artística del pintor, especialmente una etapa reciente. Cada pieza vale por sí misma, pero el conjunto también tiene una significación, un contexto fundamental para comprender plenamente las obras individuales. Esta dificultad, en el caso de Oscar Tusquets se agrava, porque nos encontramos ante su primera exposición en sentido estricto, es decir, el primer momento en que Oscar Tusquets, conocido y reconocido en otros campos, comparece ante el público como pintor profesional después de haber pintado durante varias décadas.

 

Aclaremos que Oscar no ha sido nunca un pintor aficionado. No ha pintado como profesión, pero nunca ha pintado como mero pasatiempo. Desde el primer momento se ha enfrentado a la pintura como obra de creación con todo lo que eso supone, y ha trabajado este terreno con la capacidad y los conocimientos técnicos de un profesional. Pero también es cierto que no lo ha hecho profesionalmente, en el sentido de que no se ha sometido a la valoración, pública, al veredicto errático de la crítica y al veredicto implacable del mercado. Dicho de otro modo: ni se ha ganado la vida pintando, ni ha tenido que justificar su pintura, ni la pintura le ha tenido que justificar a él. El resultado de esta falta de confrontación puede ser positivo o negativo para el artista, pero el aspecto teórico de la cuestión no es el que ahora interesa destacar. Por otra parte, las cosas son como son, y nunca sabremos qué le habría sucedido a la pintura de Oscar si hubiera estado más expuesta a la intemperie. Lo que cuenta es que ahora sale a un espacio público un pintor en plena madurez como pintor y como persona, que lleva a sus espaldas varias décadas de recorrido, en el curso de las cuales ha llegado a diversas conclusiones, ha añadido y ha quitado, y ha cambiado de actitud con respecto a la pintura y también con respecto a la realidad.

Lo que ahora se presenta es una obra aparentemente dispersa, pero decididamente unitaria en la medida en que contiene y expresa el mundo del pintor con una sinceridad que la perfección formal de cada pieza no logra disimular. Si utilizo la palabra disimular no es porque Oscar sea tímido ni moderado a la hora de expresar sus opiniones, fundadas pero categóricas sobre el arte, especialmente sobre el arte de la representación y cuanto lo rodea. De esto dan testimonio media docena de libros publicados para edificación, estímulo y a veces exasperación de quienes los hemos leído y disfrutado. Del primero de ellos, Más que discutible (Tusquets, 1994), cito un párrafo relativo al artista: “…si uno cree ciegamente en la trascendencia histórica de la propia obra, todo lo que contribuye a hacerla posible… será bien recibido, mientras que lo que la dificulte —fidelidades, relaciones incómodas, antiguos compromisos— tenderá a ser rechazado. Trabajamos convencidos y ensimismados porque amamos tanto a la humidad que estamos dispuesto a sacrificar nuestra vida en una obra imperecedera, pero no nos queda tiempo y lugar para repartir cariño y dedicación entre los que nos rodean”. Una ácida definición que no se aplica en nada a su autor. Oscar Tusquets es lo contrario: leal a los suyos y a lo suyo; y en esta lealtad se asienta y se reconoce su obra.

Los cuadros que integran esta exposición remiten a diversos componentes de la vida cotidiana. Son, por así decir, una crónica de las cosas que captan su atención: momentos de belleza serena. Un objeto bien proporcionado, la capacidad de la materia orgánica o inorgánica de absorber y reflejar la luz, la armonía del cuerpo en relación con el momento. Oscar no ignora la existencia de lo feo; simplemente, se lo deja a otros y se queda con un mundo pictórico que refleja la realidad tal como debería ser. En este sentido, su pintura es figurativa, pero no realista. Como los grandes pintores de la antigüedad, con quienes siempre ha mantenido un diálogo respetuoso y afectuoso, Oscar no tiene reparo es corregir defectos o eliminar elementos antiestéticos. Esto se ve con claridad en los paisajes urbanos. Lo que Oscar pinta existe realmente y el cuadro reproduce la realidad con rigor, sin olvidar elementos propios de lugar y el momento: el nombre de la calle en una placa, un semáforo, un paso cebra, una señal de tráfico. Pero lo que afea la imagen se queda fuera del cuadro. Hay un proceso de idealización que es externo al cuadro. El resultado son escenas, personas o edificios que se nos aparecen independientes del mundo que los rodea. Viven su vida en el cuadro. Es notable que Oscar Tusquets, que es arquitecto de larga y consolidad trayectoria, pinte edificios como si fueran personas, con un tratamiento más propio de género del retrato que del género del paisaje. Paradójicamente, lo contrario sucede con los retratos de personas, en este caso, de mujeres. Quizá no sea casual que Oscar sólo ha pintado mujeres y, ocasionalmente, su autorretrato. Pero a este rasgo aparentemente revelador me referiré luego. De momento, apunto que los retratos de mujeres no respiran psicología, sino situación: un estar en el mundo. Todos ellos son retratos, y buenos retratos, en la medida en que no se limitan a la fisonomía de la persona retratada. Tienen vida propia, y cada modelo establece con el espectador una relación humana. El titulado Villa Florita, por ejemplo, respira espontaneidad, cariño, dulzura y alegría; unos cactus ponen la nota de contraste, pero las púas no son amenazadoras: el cactus trasmite sensación de calor, un anota mediterránea o tropical, y podría ser un aloe, planta balsámica y curativa. Aun así, yo creo que desde el punto de vista pictórico, a Oscar le interesa más la armonía formal del cuerpo femenino y la calidad de la epidermis o del cabello, que la personalidad. En dos ocasiones, los retratos dejan el rostro de la modelo fuera del lienzo. No es una carencia, como no lo es la selección femenina a que me he referido antes. Lo que sucede es que a Oscar Tusquets pintor no le interesa tanto la realidad como el instante. No pinta lo que ve, sino que se pinta a sí mismo viendo. Todos los cuadros de esta exposición y probablemente todos los cuadros que ha pintado Oscar Tusquets tienen el mismo tema: la percepción de un momento de belleza o de armonía: mujeres a las que conoce y aprecia por su hermosura y su carácter, edificios, flores, su perro. Quizá en esta muestra sirva de ejemplo a lo que acabo de decir el cuadro titulado After the Party: un sofá confortable, al fondo una estantería con libros, sobre el sofá, unos elegantes zapatos de mujer dejados con descuido y sin duda con alivio después de una noche divertida pero cansada, una estola de pieles en el respaldo, la luz del amanecer que entra casi horizontalmente a través de una persiana entrecerrada. Un momento marginal de perfecta felicidad, mínimo en el tiempo y para siempre en el recuerdo. Apunto de pasada que si bien es conocida su admiración y su amistad personal con Dalí y con Antonio López y la influencia de ambos en su concepción de la pintura es evidente, Oscar no comparte la visión descarnada de Antonio López ni el universo morboso de Dalí. El suyo es más bien el mundo pictórico de Morandi, con el que no guarda ninguna semejanza pero con quien comparte la percepción de la forma y la luz detenidas en el tiempo.

La banalidad es la amenaza que planea sobre toda obra de creación, y muy en espacial sobre las destinadas a ser exhibidas en público. En la pintura abstracta, la banalidad pasa más desapercibida; en el arte conceptual es un factor positivo en la medida en que se le atribuye un discurso crítico. La pintura figurativa posterior a las vanguardias se mueve al borde del abismo. Perdida su función de inspiración y de testimonio, su uso se ha quedado reducido a lo meramente decorativo: pintar flores, perros, marinas y puestas de sol es jugar con nitroglicerina. Oscar Tusquets lo sabe y afronta el riesgo con frialdad. En ningún momento recurre a la ironía, la parodia o la cita, salvo en su autorretrato, donde emplea al menos dos de estos recursos, aunque el recurso se justifica por el tema. El resto no se esconde detrás de ningún presupuesto ideológico ni apela a ninguna complicidad. Por más que sea un teórico del arte, cuando pinta Oscar Tusquets no responde a un precepto, aunque sí a una convicción. 

Ya he dicho que Oscar tiene opiniones atrevidas y a menudo críticas acerca de hechos, personas, ideas y modas. Pero no es un hombre airado ni amargado ni finge serlo. Las circunstancias históricas, sociales y profesionales en que ha vivido no justifican una actitud rencorosa. En cuanto a las adversidades y aflicciones personales que acompañan la vida de todas las personas y, por supuesto, también la suya, no han dejado en su pintura un reflejo dramático, pero sí una leve pátina de melancolía,  presente en toda su obra y muy en especial en su obra reciente: la idea de que a la belleza la acompaña inevitablemente  la fugacidad. Oscar vive el instante con placer y también con agradecimiento. Tres cuadros pequeños a modo de tríptico, la llamada Predella Veneziana, tienen a sus hijos como protagonistas. Aquí los esquemas se rompen para dejar paso a un pintor menos sereno, más subjetivo. En esta ocasión la mirada del pintor incluye la mirada de las personas pintadas. Lo que se nos muestra no es el mundo del artista, sino el de los niños. Ellos ocupan la casi totalidad del espacio y lo que atrae su atención ocupa el resto. Venecia, con su deslumbrante arquitectura es un difuso trazo al fondo de la tela para unos visitantes concentrados en el agua y en el gozo del paseo en barca. En otro de los cuadros los niños dan la espalda al espectador, absortos en la actividad de dar comida a las palomas. En el pavimento gris los granos de cereal brillan como un tesoro.

Acabo como empecé. Oscar Tusquets no es un aficionado, pero es un artista nuevo en esta plaza y esto hace difícil el balance: por razones obvias ha de ser juzgado como pintor, pero al espectador le falta de algún modo la referencia que brindaría su trayectoria. Me imagino que pronto una retrospectiva de su obra pictórica permitirá cubrir esta laguna. En cualquier caso, como ya he dicho y ahora repito, aunque haya ejercido la pintura de un modo no profesional, no es un aficionado. El aficionado intuye o conoce por experiencia el límite de sus posibilidades y se queda siempre del lado de acá. El no aficionado se empeña en traspasar estos límites y convierte lo que empezó como placer en un auténtico tormento. En la obra de Oscar hay las dos cosas y una tercera: la satisfacción ante el problema resuelto, la idea justa, el trabajo bien acabado; algo evidente en algunas obras de los grandes maestros (es la primera impresión que recibimos delante de algún Velázquez, de algún Vermeer) y que Oscar no evita en alguna ocasión, aunque con modestia, como en los Ocho vasos romanos y uno mío, con sus relieves, sus sombras y sus juegos de luz, sin olvidar el guiño de poner una pieza propia junto a representantes del clasicismo. Pero insisto en que el exhibicionismo es modesto, empezando por el asunto: bellos pero humildes objetos ornamentales.

Sea como sea, la pintura de Oscar Tusquets pretende ser algo más que un conjunto de bellos pero humildes objetos ornamentales. Cada obra flota en su propio espacio de vida y el conjunto revela el mundo del pintor. Nada más y nada menos.

 

 

Predella Veneziana, 2008