El Museo como casa de placer.

Museo Bagatti Valsecchi, Milano 1994 y Universidad Menéndez Pelayo, Santander 1996

Manifiesto panfletario leído con motivo de la inauguración del Museo Bagatti Valsecchi el 17 de noviembre de 1994 en la ciudad de Milán. / Corregido y ampliado para el curso de la Universidad Menéndez y Pelayo celebrado en Santander, Julio 1996

 

 

CONTRA LOS MUSEOS DE EXALTACIÓN NACIONAL O EL MUSEO COMO CASA DE PLACER

 

Ante todo quiero agradecer a la dirección de este insólito museo el haberme invitado a su inauguración y a este debate. A diferencia de los otros dos arquitectos que han sido invitados -Hans Hollein y Alessandro Mendini- yo no he tenido la apasionante oportunidad de proyectar un museo, si he aceptado estar aquí es por lo mucho que me he interesado por ellos y por los momentos de intensa felicidad que he pasado en sus salas, y precisamente los museos que más placer me han ofrecido a lo largo de mi vida tienen mucho que ver con el que hoy inauguramos.

 

Porque cuando visitamos esta casa, auténtico monumento al anacronismo, donde dos hermanos a finales del ottocento, se empeñaron en vivir como en pleno renacimiento -consiguiendo piezas originales cuando pudieron hacerlo; adaptando otras y fabricando totalmente de nuevo las mas- acuden forzosamente a la memoria los buenos momentos pasados, en la casa-museo de Soane en Londres, o en el palacio Fortuny (que vosotros pronunciáis Fortuní) en Venecia, o en la casa-estudio de Hans von Stück en Munich, o la de Sorolla en Madrid o la de Rusinyol en Sitges o la de Julio Romero de Torres en Córdoba o en el palacio veneciano de Isabella Stewart Gardner en pleno Boston o, sin ir más lejos, en el Poldi Pezzoli de aquí al lado... Casas hechas para vivir, que conservan el espíritu de sus antiguos acupantes hasta tal punto que aún hoy al entrar tenemos la sensación de estar violando la intimidad de unas personas queridas.

 

Nos preguntáis qué museos imaginamos para el tercer milenio y os tengo que reconocer que, por las tendencias dominantes al final del segundo, no puedo sentirme muy optimista en cuanto a mis gustos personales se refiere.

 

 

 

 

Éste es un manifiesto ingenuo, estéticista y suicida contra la tendencia, irrefrenable y universal, que nos precipita a todos, sin distinción de raza o de credo, a la financiación, visita, y público aplauso de los Grandes Museos de Exaltación Nacional.

No existe nación, grande o pequeña, antigua o moderna, que no esté sucumbiendo a esta tentación; no existe político que no sueñe con dejar este engendro patriótico a su memoria.

Aunque varias razones pueden explicar esta epidemia, una de ellas es, sin duda, el epatamiento que siente todo provinciano por la capital. Nuestra capital cultural sigue siendo París y de allí nos ha llegado, de la mano de un Presidente Emperador y de un ex ministro de cultura que viste pullovers estampados a lo Mondrian, la invasión de la peor "grandeur" chauvinista, del "marketing" cultural y de la demagogia populista de los grandes números.

Las colas en el museo del Quai d'Orsay son espectaculares, el número de autobuses aparcados a su frente apabullante, pero las obras que antes nos emocionaban en el Palais de Tokyo o en el Jeu de Paume se han empequeñecido y banalizado. Rodin, tan majestuoso en su estudio-museo, se ve ridículo bajo la gran bóveda ferroviaria, los impresionistas se agolpan confusos en la buhardilla, las preciosas maquetas de la Ópera de Garnier, que antes se disfrutaban en el pequeño museo ubicado en el mismo edificio, pasan totalmente desapercibidas, como los muebles de Guimard, los cristales de Gallé, las sillas de Thonet, el Alma Tadema... tantas cosas que nos habían fascinado en otros lugares.  

 

Los grandes museos de los estados europeos provienen de las colecciones privadas de sus monarcas y del poder imperial que disfrutaron durante parte de su historia. Pueden argüirse razones de respeto histórico para no disgregar estas agobiantes colecciones pero ¿qué sentido tiene hacer crecer aún más los museos que las albergan? ¿No son suficientemente agotadores los Museos Vaticanos? ¿No llegamos lo bastante exhaustos a la Capilla Sixtina? o a los esclavos de Miguel Ángel en el Louvre? ¿Hace falta que estos museos crezcan aún más?.

 

En mi país se reconoce que el caso del museo francés es objetable pero se afirma que el Prado sí debe crecer pues existe muchas obras notables depositadas en sus almacenes. Mentira. Sólo la mediocridad del arte contemporáneo oficial puede hacernos creer que todo el antiguo es excelente. En las paredes del museo madrileño están expuestas muchas obras de un relativo interés para un visitante no especializado, añadir más obras sólo contribuirá a desconcertarlo y empacharlo.

 

Estoy seguro que el noventa por ciento de los que acuden a estos grandes museos lo hacen con la pretensión de disfrutarlos en una sola visita y que no van a reincidir. ¿Cómo puede una persona con un estómago normal digerir en un par de horas la evolución del arte a lo largo de varios milenios? ¿Va a disfrutar del escriba sentado y de Delacroix pasados unos minutos?

 

Nunca me han gustado los menús gastronómicos, siempre pienso que tendré posibilidades de volver a aquel restaurante y que no tiene sentido agotar el repertorio del cocinero en aquella comida.

 

¿Cuántas obras maestras puedo entender, de cuántas puedo gozar en una sola visita? Disfruto desplazándome, haciendo una excursión de un día para ver una sola obra, ir a Monterchio o San Sepolcro sólo para ver un Piero, ir a Paestum para ver un "tuffatore", a la Haya para ver una chica con una perla en la oreja, a la Kenwood House para disfrutar de otro Vermeer, a la casa de Welington por un Ribera...Por esto soy partidario de que se desplace el amante del arte, no el sujeto de su amor. No disfruto de las muestras antológicas, cuyas colas escandalosas tanto chiflan a los políticos de turno, estas exposiciones donde el tiempo del que dispones para disfrutar de una obra está en función del ritmo con que te empujan.

Con la misma intensidad amo los pequeños museos...

Naturalmente objetaréis que estas antológicas y los grandes museos son los que concentran las masas de visitantes mientras que los que defiendo tienen pocos aunque intensos amantes. Merezco la consabida descalificación del elitista pero es que para mí un museo no es una escuela, no es un centro de exaltación patriótica, ni de educación cívica o de catequesis, no es un escape a la monotonía del aula de clase, no es una excusa para las agencias de viajes. Para mí, y estoy convencido que para algunos más, los museos han sido y son una auténtica casa de placer. Su utilidad social es proporcional al placer global que generan, por lo tanto es preferible ver gozar a algunos, pocos o muchos, que una multitud indiferente; estos niños correteando por las salas, escapando de la profesora, estos ancianos derrengados sacándose las sandalias si han tenido la suerte de conquistar uno de los escasísimos bancos disponibles.

 

Por todo ello no me puedo sentir particularmente optimista respecto a los museos del tercer milenio. Los políticos van a continuar promoviendo, protegiendo, financiando y de hecho imponiendo museos más educativos, masivos, pedagógicos, coercitivos y sobre todo más patrióticos. En las naciones asentadas, para conservar su protagonismo; en las naciones emergentes, para afirmar su identidad. En mi ciudad, Barcelona, mientras se construyen los dos grandes museos, el del arte antiguo proyectado por Gae Aulenti, y el de arte contemporáneo por Richard Meier, se acaba de cerrar la deliciosa casa-museo del gran escultor Josep Clará.

 

Sólo me queda un resquicio de esperanza, que las casas de placer como la que hoy inauguramos sean definitivamente prohibidas, así podría crearse un atractivo circuito clandestino de visitas que, con un efecto similar al de la ley seca en Estados Unidos, nos convierta a casi todos en alcohólicos del arte.

 

 

Oscar Tusquets Blanca

Noviembre 1994