Mirada

Quim Monzó. Escritor. Barcelona, 1952

 

No sé cómo van las cosas en otros planetas pero, en éste, a veces tienes la sensación de que si vendiesen paraguas en cajas en las que se leyese “Bombones”, pocos se darían cuenta de que lo que hay dentro no son bombones, y aún menos levantarían la voz para decir: “Oiga, que son paraguas”. Porque lo habitual es mirar con ojos prestados. / Por eso me encanta la mirada de Oscar Tusquets. Porque observa con sus propios ojos lo que tiene enfrente, sea un libro, una lata de refresco, una catedral o el tobillo de una mujer. Ve lo que ve, sin las gafas deformantes del prejuicio. Y eso es excepcional porque muchos, en vez de lo que tienen delante, no atinan a ver más que lo que creen que queda bien ver. Por eso triunfan tanto los clichés, las convenciones, las frases hechas y las perillas. De cada cosa, casi todo el mundo piensa lo que no molesta, lo que no les haga quedar en una situación incómoda, lo que imaginan que toca pensar. Por el mismo motivo, pasan los años y, en las clases de dibujo, muchos alumnos son incapaces de dibujar —tal como lo ven— el jarro que tienen delante, desde su perspectiva. En su lugar, dibujan otro jarro, con otras curvas y otra perspectiva: el jarro que llevan grabado en su mente y que les impide ver el real. / La mirada de Tusquets tiene una luz bulliciosa. Hay ahí un chisporroteo de neuronas atentas a calibrar, por ejemplo, porqué un tipo acude con sandalias al restaurante Drolma. Mira con descaro, computa, analiza, rumia, fríe, disecciona, conecta cátodos con ánodos y nos regala la infrecuente bandera de la sensatez.